viernes, 19 de julio de 2013

Relatos de verano: el doctor David Gatrán



David era un médico de cabecera de los de toda la vida, llevaba ejerciendo en aquel pueblo más de veinte años. Todos conocían su carácter, su humor y sus costumbres. A media mañana paraba un rato la consulta y se iba a tomar un café al bar de Pepe, de los tres de la plaza el que mejor pinchos tiene y su preferido porque le trataban especialmente bien. Allí recibía a los representantes farmacéuticos que gustaban de pasarle a ver dado que era de buen trato y los pinchos del bar de Pepe generosos. Aquella mañana le ofrecieron una inscripción a un congreso en Berlín, algo poco común. Habitualmente solía hacer un par de escapadas al año a congresos nacionales pero salir al extranjero no era lo habitual, debían tener un nuevo e importante producto entre las manos, que no le fue difícil averiguar. "Bueno", pensó, "ir a un congreso a formarme no me compromete a nada".  Durante los próximos meses se encontró con ese nuevo medicamento en cuatro ocasiones, eran prescripciones de médicos de hospital que lo recomendaban en sus informes de alta ó incluso lo recetaban ellos mismos sin incluir en dicho informe. No pudo evitar pensar "menuda cara..."

El dia del congreso todo fue como la seda, el viaje impecable, el hotel perfecto y la organización del evento cuidada hasta los mínimos detalles. Hablaron muchos expertos sobre el tema, algunos con el logotipo de la marca farmacéutica en las diapositivas. Todo fueron parabienes y ventajas, y por supuesto nada se habló del precio veinte veces superior a la terapia convencional. Por la noche le invitaron a una cena de gala en un conocido restaurante céntrico.  Curiósamente una de sus pacientes cenaba en ese momento una cena opípara en su casa, a todas luces excesiva dado su edad, pero ya sabemos que a todos nos gusta disfrutar de vez en cuando. Doña Gertrudis seguía el nuevo tratamiento del doctor Gatrán y ese dia tomó religiósamente sus pastillas. A media noche se despertó con un vómito de sangre, avisó a su nuera que se presentó al punto en medio de un ataque de histeria, llegó al hospital comarcal en coma y no se pudo hacer nada para salvar su vida. Nadie disfrutaría los restos de marisco que quedaron en su nevera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No he entendido nada