domingo, 30 de octubre de 2016

Jesús Candel alza la voz por una Sanidad digna y le sigue toda una ciudad.


Foto de Facebook de Spiriman



Hace unos días, el 16 de octubre, un tercio de la ciudad de Granada salió a la calle para reivindicar una sanidad digna. La noticia la cubrieron pocos medios de comunicación dado que las movilizaciones ciudadananas o bien destacan pasiones o se ignoran. Y no es para menos, que una sola persona tenga suficiente poder como para convocar a más de 90.000 ciudadanos debe de poner muy nerviosos a unos cuantos, pero es una buena noticia: los ciudadanos no estamos dormidos del todo.


Hace unos días tuve el privilegio de conversar con Jesús Candel, el médico responsable de este hecho. No se lo esperaba, para él fue una sorpresa conseguir que tanta gente saliera a la calle para defender la sanidad pública. Una sanidad que en Andalucía sufre recortes como en todas partes pese a que el discurso oficial lo niegue, que lleva años de desmantelamiento, que aumenta las esperas, que sobrecarga a sus profesionales.

Jesús no es un novato. Es un médico de familia con una sólida formación. Trabaja en urgencias y sabe lo que es ejercer en condiciones duras. No tiene miedo. Ha sido lo suficientemente valiente como para decir en alto lo que muchos profesionales sanitarios y ciudadanos piensan: que nos están estafando, que están recortando en servicios básicos esenciales mientras siguen robando o malgastando el dinero de todos.


Los profesionales sanitarios tenemos reconocimiento social por el servicio que realizamos. Trabajamos muy duro para tratar de hacer un trabajo digno en circunstancias que muchas veces son adversas y la gente lo sabe. La saturación y sobrecarga son habituales para la mayoría, el ninguneo de la organización y las condiciones laborales precarias la norma para un elevado porcentaje. Por eso es necesario que alguien se atreva a decir basta.

Jesús Candel además de trabajar como médico dirige una ONG a la que dedica el 50% de su tiempo. Para ella creó hace un tiempo el personaje de Spiriman que le ha permitido visibilizarla. Sabe manejar las redes sociales. Ha sido gracias a ellas y al papel de este personaje como ha conseguido que su claro mensaje cale en tanta gente, harta del despropósito, de la mala gestión y de la disparatada política a la que asistimos.

Como es fácil imaginar el mensaje de Jesús no ha gustado a los poderosos. Ha recibido insultos, amenazas y descalificaciones de todo tipo. La presión que ha recibido estas semanas ha sido enorme. Se ha defendido como ha podido, en ocasiones con torpeza al ponerse a su vez al nivel de sus descalificadores. Por otro lado ha recibido ofertas suculentas de cargo con despacho. Lo han intentado todo. Pero ahí sigue él aguantando mecha.

Hay mucho por hacer. La nueva forma de cambiar las cosas empieza por la calle. Si los responsables no saben escuchar tendrán serios problemas, los tendremos todos.




Foto de Facebook de Spiriman













jueves, 27 de octubre de 2016

La expropiación de la salud


 
 El suplicio de Prometeo. Gioacchino Assereto



Llevamos décadas viviendo en un sistema inviable dónde casi todo se hacía a crédito. El muelle no se pude estirar más y hemos empezado a experimentar la enorme fuerza del decrecimiento. Por eso la crisis sistémica que padecemos está llevando aparejada una larga serie de devaluaciones empezando por las más evidentes, las económicas. Decrecen los sueldos, los puestos de trabajo, los derechos de los trabajadores, la protección social... Decrecen las inversiones en investigación, educación y sanidad. Pero hay elementos más sutiles que también nos están escamoteando, uno de ellos es nuestra propia salud.

Durante el siglo pasado en los países desarrollados se construyeron sistemas sanitarios complejos para dar respuesta a los problemas de salud de la población. Poco a poco la ciudadanía delegó en estas grandes estructuras los cuidados de los problemas de salud. La progresiva especialización social, la atomización de las familias en pequeñas unidades, la vida urbana y la destrucción de las redes de relaciones de familia extensa, pueblo ó barrio y otros factores han depauperado las capacidades de cada ciudadano para ser independiente. En relación con la salud ante cualquier cuestión lo normalizado es acudir a un una consulta sanitaria para salir de dudas.

Pese a que un ser humano tiene capacidad para responder de forma adecuada ante multitud de problemas de salud menores y pequeñas molestias temporales cada vez hay más presión para reducir estas habilidades. Hay potentes lobies creando tanto enfermedades como servicios y productos para solucionarlas. Es un hecho que la salud se ha mercantilizado como tantas otras cosas. La ley del mercado es inexorable, todo es susceptible de comprarse y venderse, por eso a unos pocos les interesa mucho expropiar la salud de grandes colectivos. Es mucho dinero el que está en juego.

Nuestras abuelas tenían capacidad sobrada para criar a sus hijos haciendo un mínimo gasto en productos y servicios sanitarios. Ahora estamos en el otro extremo y consumir salud es algo cotidiano. Cada vez más productos alimentícios añaden la etiqueta saludable, probiótico, biológico... También aumenta la oferta de dietas, complementos dietéticos, parafarmacia, homeopatía, terapias manuales y una gran lista de medicinas alternativas más ó menos complementarias. Los psicólogos, psicoterapéutas, psiquiatras, consultores, coachs... ofrecen sus servicios en cualquier localidad, complementándose con una mayor repertorio de psicofármacos y un manual estadístico de enfermedades mentales que codifica a más personas como enfermas cada vez que se reedita.

Estando así las cosas, con más enfermedades, más enfermos, más ancianos y más problemas de salud complejos no hay sistema sanitario que resista. Tampoco sociedad. No es mantenible una sanidad que se centre en la enfermedad. Si no potenciamos y nos centramos en la salud no saldremos del atolladero. No será fácil revertir el status quo ni las tendencias medicalizadoras que han instaurado un sistema donde el hiperdiagnóstico y el hipertratamiento son cotidianos. Nunca se habían consumido tantos fármacos como hoy en día, nunca se habían hecho tantas pruebas diagnósticas. ¿Son todas necesarias? claramente no. Muchas pruebas y pastillas no sirven más que para producir problemas.

Lo más difícil de explicar es que los sistemas sanitarios en general tienen una larga lista de efectos secundarios. Todas sus propuestas tienen su pro y su contra. Los medicamentos curan pero también pueden dañar. Las pruebas diagnósticas pueden detectar enfermedades pero también fallar y no detectarlas ó confundir al detectar como enfermedad algo que no lo es. En los hospitales existen potentes máquinas y medios diagnósticos con importantes efectos nocivos potenciales y cirugías, quimioterapias y radioterapias diseñadas para mutilar y dañar parcialmente para conseguir un beneficio mayor. Entrar en un quirófano implica un riesgo alto, hoy lo hemos convertido en algo cotidiano.

Reconocer la importancia de los hábitos saludables para el mantenimiento de la salud y obrar en consecuencia es fundamental para que nuestra vida se mantenga en las mejores condiciones posibles. El sedentarismo, la alimentación descuidada e hipercalórica, la desidia en el  autocuidado psicológico, la pérdida de motivaciones personales ó de relaciones significativas terminan produciendo enfermedad. Urge recordar que el ritmo de vida en el que estamos inmersos produce daño real si no es equilibrado con grandes dosis de ejercicio físico, naturaleza, relaciones de calidad, comunicación efectiva, afectividad compartida, sexualidad congruente y cultivo de la ética, los valores y la dimensión transcendente.

Tener profesionales sanitarios a nuestro alcance sigue siendo valioso, tener un sistema sanitario ó una póliza de seguro de enfermedad también. Pero es necesario reaprender a relacionarnos con ello. Es fundamental recuperar soberanía en el ámbito de nuestra salud para no caer en espirales, dependencias y situaciones que terminen volviéndose contra nosotros. Para que esto se produzca se necesita una toma de conciencia social que probablemente insten tanto profesionales sanitarios con un alto componente ético como profesionales de la comunicación ó la divulgación científica rigurosos e independientes. A nadie le gusta que le roben la salud, algo que es evidente cuando incluso la Organización Mundial de la Salud mete la pata al transmitir una información sobre el potencial de producir cáncer de las carnes procesadas ó cuando un gobierno la lía creando alarma con el manejo de la gripe, el Ébola ó cualquier otra cuestión. Acceder a fuentes de información fiables, tomar conciencia del juego de intereses que mueve los hilos del mundo sanitario y recuperar la propia capacidad de mantenerse sano serán los retos que enfrentaremos a corto plazo. Unos conseguirán recuperar su salud otros la mantendrán expropiada.




"Desde su creación, el Sistema Nacional de Salud ha contribuido, sin saberlo, a la desaparición de los autocuidados." Dr. Selwyn Hodge


martes, 25 de octubre de 2016

Higiene mental y emocional


-->Washing handsFoto de  Joeri van Veen

Debo confesar que me gusta barrer. Es una actividad sencilla, cotidiana, que permite mantener limpias las superficies habitadas. No hace falta una especial destreza ni se precisa alta tecnología, basta con una escoba y un recogedor. Algunos prefieren aparatos eléctricos o robots automáticos, en mi caso no son necesarios. He optado por la forma manual que me permite acariciar el suelo con precisión, incluso en los rincones o filos más inaccesibles. De este modo obtengo casi siempre un buen botín de polvo y pelusas que deposito triunfal en el cubo de la basura. Pocos saben que la mayoría de lo recogido son restos epiteliales de los habitantes de la casa. Como otras muchas cosas, algo tan profano tiene bastante de sagrado. Disponer adecuadamente nuestras cenizas nos evita vivir rodeados de inmundicia y suciedad que es lo que ocurre cuando olvidamos nuestras obligaciones.

Me sorprende que en un mundo que adora el aspecto físico y mantiene un importante culto al cuerpo se obvien actividades de higiene y cuidado tan importantes como las derivadas del manejo de residuos. La tasa de estreñidos que no son capaces de regular adecuadamente su producción de deshechos sólidos es altísima. La frecuencia de incontinentes urinarios incapaces de mantener un ritmo adecuado en sus fluidos también es elevada. Y del nivel de higiene doméstica, que como hemos visto tiene mucho que ver con nuestra propia piel, mejor no hablamos.

Ahora bien, quiero dar un paso más y considerar la higiene mental y emocional. ¿Barremos a diario nuestra mente? ¿Lavamos con frecuencia nuestras emociones? En cuanto al ámbito mental baste decir que lo solemos tener muy contaminado. Pasamos el día recibiendo información excesiva, publicidad intrusa, quejas de todos los tamaños y noticias terribles. Todo ello aderezado de un mordaz ruido de fondo de muchos decibelios. Nos pasamos el día rumiando pensamientos que nos preocupan o agobian que luego intentaremos digerir lentamente al igual que hace la vaca en sus incansables estómagos. Es verdad que dormimos y el sueño es una ayuda para tirar de la cadena pero me temo que en muchas ocasiones no es completamente suficiente. Mantenemos un alto nivel de suciedad mental cuyo olor nos molesta tanto a nosotros como a los que están cerca.

De la parte emocional podemos decir cosas parecidas. Estamos acostumbrados a recibir con buena cara las emociones agradables y nos desesperamos por la rapidez en que estas desaparecen. También a cerrar la puerta a las desagradables, escapando de ellas a la carrera, proyectándolas en quien tengamos más a mano o haciendo ímprobos esfuerzos para mantenerlas metidas en enormes armarios. Salir del armario o simplemente abrirlo es una de las cosas más difíciles como todos sabemos. La gran mayoría los mantiene sellados con llaves y candados lo que al final se suele revelar enteramente inútil dada la gran volatilidad emocional, ya que todo gas inestable escapa por cualquier rendija y es capaz de explotar allá donde se encuentre. De hecho preferimos doparnos con psicofármacos o buscar formas tóxicas de evasión  antes de acometer la sencilla labor de abrirlos y ventilarlos. Negar, proyectar, desplazar o guardar son las maneras más comunes con las que nos relacionamos con nuestras emociones incómodas. Estas no tienen más remedio que acumularse fuera de la vista para surgir más grandes en la siguiente oportunidad de manifestarse. Al tener una cualidad explosiva sabemos de sobra lo que pasa cuando su tamaño es considerable, la explosión nos hace perder el control y quema todo lo que toca. Estas deflaciones son responsables de muchas de las dolorosas quemaduras que todos arrastramos.

Caminamos pues por la vida con nuestras bodegas llenas de suciedad y las paredes cubiertas de cicatrices. Para muchos la existencia es cuanto menos inhóspita y hostil  tizna el color de las gafas con las que vemos el mundo de un velo cetrino y macilento que hace que las formas pierdan su brillo y su gracia.

Se imaginan que recuperásemos la facultad de lavar nuestra mente y nuestras emociones a diario. Que fuéramos capaces de refrescar el alma de una manera similar a cuando nos lavamos las manos y la cara...

No existe un único sistema de higiene personal. Como su propio nombre indica es un hábito privado que cada cual acomete a su modo. Tal vez podamos avanzar alguna generalización. Al igual que ocurre con nuestro cuerpo, cuando nos acostumbrarnos a lavarlo a diario ya no podemos omitir la costumbre sin sentir una pesada incomodidad. De igual modo la higiene mental y emocional necesita ser incorporada a las rutinas diarias. El agua que lava ideas y emociones se llama consciencia. Las ideas y emociones dan vueltas dentro de nosotros hasta que son tomadas en cuenta. Al verter en ellas plena conciencia conseguimos que sigan su camino por el sumidero psicológico al dejar de ser necesarias.

La música puede ser una buena opción para suavizar o transformar estados de ánimo y serenar ideas pesadas. Para que cumpla adecuadamente su función se recomienda su disfrute en directo ya sea produciéndola o escuchándola de un músico o grupo que tengamos delante. Basta con cantar un rato en la ducha o tararear, o tal vez cantar con otros, basta detenerse un momento a observar a un músico callejero, la magia de la música nos alcanzará rauda. Si no pudiera ser optaremos por reproducirla en algún formato que tenga la suficiente fidelidad y a ser posible dedicando atención a su disfrute y no como un ruido de fondo más.

El silencio es otro interesante reconstituyente que nos permite prestar atención a lo que bulle por dentro. Suele ser accesible y combina bien con la naturaleza. Un paseo por un parque o un bosque, por un sendero o un camino tranquilo nos ayudará a sedimentar el agua turbia que a menudo contenemos consiguiendo aclararla.

El contacto físico es uno de los medios más potentes de higiene mental y emocional, tanto al recibirlo como al proveerlo. Si alguna vez han acariciado lo sabrán. Y funciona incluso con animales de compañía. No importa la edad ni el estado mental, tanto los bebes como los ancianos demenciados agradecerán la magia del contacto físico, y nosotros, adultos atribulados, lógicamente también.

La comunicación de calidad es otra buena ayuda. Expresar lo que estamos pensando o sintiendo es enormemente liberador. Si tenemos un interlocutor seremos afortunados, si no lo tenemos siempre podremos escribir. La escritura es un milagro que aprendemos en la infancia y relegamos casi al olvido en nuestra vida adulta, máxime ahora que tan solo escribimos con pulgares textos mínimos plagados de horribles iconos (y faltas de ortografía) para usar menos palabras si cabe. Al escribir y al hablar convertimos en palabras lo que pensamos y sentimos. Reproducimos la magia de transformar lo que nos pasa en narraciones y estas son mucho más fáciles de vivir y entender, por eso nos gustan tanto las historias ajenas. Cuando somos capaces de relatar la propia, por muy oscura o rigurosa que sea, nos liberamos un poco de la misma al conseguir crear una pequeña distancia que suele ser suficiente para ver fuera de nosotros esos fantasmas, sombras y agobios que en la bruma interior nos causan zozobra e inquietud.

Si no conseguimos un interlocutor otro curso de acción es buscar ayuda profesional. Los psicólogos son excelentes profesionales con capacidad de escucha, ayuda y orientación. No nos sacan de nuestros problemas pero nos colocan en la mejor posición para que seamos capaces de salir de ellos. En el pasado la gente acudía al pastor o sacerdote que también ejercía estas funciones, hoy su papel sigue existiendo pero ha perdido el peso que tenía antaño. Otra posibilidad es acudir al centro de salud y hablar con nuestro médico o enfermera, en este caso la limitación la pone el tiempo. Los médicos van siempre deprisa y en nuestro medio solo tienen seis minutos por paciente, los días buenos. No es fácil resumir nuestro problema en tan poco tiempo y la multitud en la sala de espera tampoco se lo pone fácil al facultativo.

Por último me gustaría acordarme de tres amigos que suelen ser de gran ayuda para mantenernos limpios y lustrosos emocionalmente: el humor, la gratitud y el perdón.
Del primero poco que decir, un talante alegre con el don del sentido del humor es un bálsamo increíble para aliviar quemaduras internas y librarnos de pensamientos sombríos o pegajosos. La gratitud también ayuda a ver el vaso de la vida medio lleno y valorar las cosas que nos son dadas en su justa medida. Si somos capaces de agradecer algo nos quedamos con buen sabor de boca por haberlo recibido, cuando no es así la queja suele emerger tiznando nuestro espacio interior de un polvo negro difícil de limpiar. Y del perdón diremos que pese a no estar de moda sigue siendo una maravillosa posibilidad de liberación interior. Cuando perdonamos una falta no hacemos un favor al que la ha cometido, nos lo hacemos a nosotros por cuanto nos libramos de un lastre emocional de mayor o menor peso según valoremos la afrenta. Hay lastres capaces de amargarnos la vida y muchos cargamos con mochilas llenas de pesos que nos fue imposible perdonar. Hay una pedagogía del perdón que se ha olvidado,  pero que se puede rescatar practicando.

De niños nos enseñaron a lavarnos los dientes y las manos, actividades que nos acompañan en la vida y que nos ayudan a visitar poco al dentista y a padecer menos gastroenteritis, a la par que nos hacen sentirnos mejor. La higiene es algo útil y benéfico. Sin embargo a pocos nos enseñan a limpiar nuestros pensamientos y emociones, a mantener una mínima higiene a este nivel. Acumulamos dolor, pensamientos negativos y emociones tóxicas. Acumulamos suciedad y polución que contaminan nuestros jardines interiores al igual que hacemos en el exterior con nuestras ciudades y medio ambiente. ¿Qué pasaría si consiguiéramos mantener nuestro mundo interior más limpio? ¿Si aprendiéramos a reciclar las ideas y emociones de una manera correcta? Me temo que mientras no consigamos hacerlo con nosotros mismos no lo podremos hacer con el planeta, por una sencilla ley que dice que lo que nos hacemos a nosotros se lo hacemos a los demás. Algún dia en las familias se ayudará  a los niños a reciclar una pataleta o un enfado mal llevado en una acción, o a reconvertir un pensamiento sombrío en un dibujo. Me gustaría pensar que caminamos hacia ello. Nos jugamos más de lo que pensamos.





domingo, 23 de octubre de 2016

Spiriman, la sanidad necesita superhéroes





Tras décadas trabajando en la sanidad pública española creo conocer bien sus laberintos. La oscuridad de sus pasillos, los Minotauros densos que pueblan grutas y despachos, los héroes que tratan de encontrar una salida y los esqueletos polvorientos de los que no lo pudieron conseguir. También conozco a los pacientes que por necesidad se aventuran en la intrincada prueba de hospitales y centros de salud. Me pongo delante cada día de su dolor y lágrimas.

No tenemos la sanidad ideal. Creo que hace mucho bien pero a la vez oprime tanto a profesionales sanitarios como a usuarios. Los gestores y políticos suelen vivir atrincherados en despachos lejos de la primera línea de batalla asistencial. Y uso lenguaje militar con plena intención. Un servicio de urgencias, un centro de salud en invierno son trincheras bajo fuego cruzado. Quien alguna vez se metió en ellas bien lo sabe.

Por eso es fundamental que tanto profesionales sanitarios como ciudadanos se den cuenta de que a veces es necesario decir No. Una negación firme, con mayúscula. Fundamentada en la razón común del beneficio social. No es asumible que un médico de familia vea 50 pacientes en una mañana, ni que en urgencias tengas que esperar tres horas a ser atendido. No es digno dedicar tres minutos a atender a un paciente cuando el veterinario se toma mucho más tiempo en explorar un gato.

En granada un médico en precario, con esas condiciones laborales que la propia Unión Europea critica, ha dicho basta. Esto es inaudito en nuestro medio donde nadie quiere salirse de la foto. Jesús Candel nos ha dado una lección a todos consiguiendo que toda la ciudad de Granada salga a la calle para reivindicar la sanidad que se merece. Hay que tener superpoderes para esto, por eso agradezco a Spiriman, el alter ego de Candel, que nos recuerde que no hay nada más potente que poner a la gente de acuerdo para algo. Máxime en estos tiempos en que líderes y políticos, que por obligación debían de hacerlo, omiten sus responsabilidades.

Mi apoyo a todos los que tienen la valentía de decir las cosas claras cuando no hay más remedio que decirlas. Lo que ha hecho Jesús nos ha demostrado, una vez más, que hay una fuerza inconmensurable en lo pequeño.



viernes, 21 de octubre de 2016

Sobre el perdón

Solo el perdón puede curar heridas que por su profundidad no son susceptibles de vendaje, sutura o medicación alguna. Solo cada cual puede perdonarse ciertas cosas. Los médicos acompañamos con frecuencia procesos que no terminan de sanar al no ser la persona capaz de superar el peso de su culpa.

Los estudios Pixar nos regalan este corto sobre el tema. Espero que les resulte inspirador






Borrowed Time from Borrowed Time on Vimeo.
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jueves, 20 de octubre de 2016

Lacitos rosas



Cada vez entiendo menos, cada vez me siento más ajeno a los modos y modas, a las campañas de sensibilización o desensibilización, a las tontunas. Hay mucho ruido, demasiado. Mucho dolor y poco acompañar a las personas que lo sufren. Mucho glamour y casi ninguna mano que sostenga el paso vacilante.

¿Qué pensarán verdaderamente las mujeres que han visto amputar sus cuerpos, radiarlos, someterlos a tóxicas quimioterapias? ¿Qué pensarán los familiares de quién padeció o murió por esa enfermedad? ¿Qué pensarán de los lacitos?

Tal vez me tachen de prosaico pero a mi me gustaría que se los metieran en... digamos un bolsillo. Que dejasen de gastarse dinero en carteles o anuncios de televisión y lo dedicaran a investigación, a que mi médico de cabecera pueda atenderme un poco más de tiempo, a que la enfermera  que me pone el gotero no tenga un contrato precario.

Creo que hay mucha hipocresía y mucha tontería. Y poca gente que te mire a los ojos cuando estás verdaderamente enfermo.



Comparto un texto de Guru Tze ante el que me quito el sombrero, contado por una protagonista en primera persona. Es un honor para mí reproducirlo aquí.




miércoles, 19 de octubre de 2016

¿Es posible mejorar la comunicación entre profesionales sanitarios y entre éstos y sus pacientes?






Hoy estaré en la Fundación Jiménez Díaz participando en una mesa con Rafa Bravo, Amelia Martinez, José Luis Bouza y Pablo Martínez en la que trataremos de reflexionar sobre comunicación.

Como siempre les dejo la presentación con el bosquejo de ideas que me gustaría compartir.

Se podrá seguir por vídeo en Internet.



martes, 18 de octubre de 2016

La llama piloto de consciencia


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Foto de ☻☺




 

La mente humana es semejante a esas caldera de gas con las que calentamos agua y calefacción en nuestras casas. La energía que la alimenta son nuestros pensamientos y sentimientos cuyo caudal varía a lo largo del día según las circunstancias. Cuando estamos tranquilos con nuestras necesidades cubiertas se mantiene muy baja o aparentemente detenida. En momentos en los que nuestras necesidades se disparan salta a su caudal máximo que una vez inflamado libera la potencia suficiente para producir las conductas oportunas que nos lleven a atender y calmar las necesidades pertinentes.

Para que una caldera funciones es necesario que esté encendida, que disponga de una llama piloto ardiendo permanentemente. Esa diminuta llama será la responsable de que prenda el gas cuando es debido y de esa forma el sistema se mantenga útil y operativo. La llama piloto es nuestra consciencia base. Cuando nos llega una avalancha de emociones, la consciencia es capaz de convertir el gas emocional invisible en fuego transformador. Si no está encendida la caldera no prende por lo que evitará que las emociones cumplan su misión de provocar acción, o generar pensamiento o conciencia. En nuestro caso pueden escapar al ambiente de forma tóxica o quedar en el sistema aumentando la presión de este y por ende el sufrimiento del aparato.

Lamentablemente muchos vamos por el mundo con una trémula llama piloto que se mantiene más tiempo apagada que encendida. Eso hace que nuestro manejo emocional sea desastroso. En lugar de permitir que el gas vaya ardiendo según se libera, lo acumulamos en grandes bolsas que cuando consiguen escapar producen tremendas deflagraciones. Hemos transformado nuestra caldera interior en un motor de explosión. Caminamos por la vida de detonación en detonación produciendo daños y quemaduras tanto en nosotros mismos como en los que nos rodean.

Cuando el grado de dolor es importante el cuerpo suele sobrecargar algún sistema y salta el correspondiente fusible produciendo un síntoma. Notamos que nos duele la cabeza, la espalda, la tripa, notamos el cuello contraído, que no podemos dormir, que nos encontramos irritables o nos sentimos débiles. Acudimos al médico por algún remedio que tal vez haga desaparecer el síntoma pero que no consigue revertir la causa del mismo.

¿Cómo mantener prendida todo el tiempo la diminuta llama piloto de la conciencia? Esta pregunta es muy antigua y las posibles respuestas a la misma enormemente variadas. Unos postulan que es necesario practicar a diario con meditaciones, oraciones o técnicas que faciliten mantener la conciencia en un objeto. Otros dicen que basta con prestar atención a todo lo que hacemos cada instante, al cubierto que introducimos en la boca, a la sensación del pie al dar un paso, al aire que entra en el cuerpo al respirar. Para algunos es fundamental reunirse y formar comunidades, otros sin embargo prefieren practicar solos. Hay multitudes que eligen seguir una creencia o una fe, otros reniegan y eligen mantenerse al margen de las mismas. Lo que parece claro es que es importante relacionarse de una manera nueva con el momento presente aprendiendo a posar en él con más permanencia nuestra atención. Trayéndola al mismo de continuo dada su enorme volatilidad y al gran nivel de ruido de fondo y distracciones que hacen que revolotee sin cesar y se aleje de su hogar.

Lo cierto es que las emociones mal procesadas son responsables de una gran cantidad de dolor. Nos resulta mucho más sencillo manejarlas pequeñas que grandes sobre todo cuando hablamos de miedo, ansiedad, asco, tristeza, agobio... Cuando aprendemos patrones de relación con ellas que priman combatirlas o quitarlas de en medio (represión, proyección, negación...) favorecemos que aumenten desproporcionadamente de tamaño, lo que las hace cada vez más inmanejables y potencialmente explosivas. Por eso son tan frecuentes las situaciones de bloqueo que nos sitúan en bucles dolorosos de los que no podemos escapar.

Si tiene la oportunidad de mirar un rato la llamita piloto de una caldera o simplemente una vela acuérdese de que lo verdaderamente importante no es su pequeño tamaño sino la posibilidad de expandir luz que toda llama tiene. Si tiene la oportunidad de sentir cualquier emoción haga lo mismo, agradézcala y permita que se expanda en su conciencia sin temer su calor ni su brillo, en cuanto sea hecha consciente marchará dejándonos en las manos un caudal de energía que podremos utilizar como convenga.









viernes, 14 de octubre de 2016

Una conversación con Bernardo Atxaga. #eclinica2016







Conocí a Bernardo Atxaga una nublada tarde de octubre en San Sebastián. Me acerqué a saludarle y participé en la agradable conversación de corrillo que precedía la conferencia que iba a impartir para abrir un congreso. La vida, al fin y a cabo, no es más que un ramillete de conversaciones como me contó. Me causó un gran placer que la nuestra comenzara precisamente allí, a las puertas del antiguo casino de la ciudad ahora reutilizado como sede de los bailes y juegos de azar de la política municipal. 

Bernardo es uno de los mejores escritores vascos contemporáneos y lo presentaron como tal. Cuando a alguien le valoran estar vivo pueden ocurrir tres circunstancias: que sea un fuera de serie, que peine canas o que nos hayamos olvidado de otros muchos. En el presente caso me gustaría quedarme con las dos primeras pese a que aún no he leído Obabakoak que es la obra princeps del autor y ahora espera paciente que la convierta en conversación.

La conferencia magistral tuvo lugar en el salón de plenos del Ayuntamiento. De alguna manera estaban presentes las cabriolas y evoluciones de toda aquella gente que bailó y se rió entre esas decimonónicas paredes. Bernardo desgranó un buen montón de propuestas desde su visión literaria y antigua, vasca e inteligente. Elegiré tan solo uno de los hilos que tejió: la sociedad se está desmoronando ante nuestros ojos y asistimos perplejos a una convivencia de paradigmas muy diversos en cada casa, en cada familia. De este modo en una misma sala que contenga unos abuelos, padres, hermanos y niños observaremos que en un rincón hay un joven conectado a una consola que poco tiene que ver con el abuelo y sus viejas creencias. Han cambiado los nombres de la gente. Hemos dejado de llamarnos María, Juan, Santiago, Manuel... Y vamos derivando a eso que se denomina "el consumidor", relacionándonos con el mundo de una forma distinta. La filosofía es expulsada de la formación básica y de nuestras vidas, la transmisión de la cultura afronta un grandísimo abismo. Los mayores de esa sala no son ya capaces de contarle al más pequeño cómo es realmente ese mundo que habitan. 

Tras la interesante conferencia comenzó el baile, esta vez sin música, pero sí tuvieron la cortesía de ofrecernos bebida y algo de picar. Concatené la anterior conversación con otra nueva, con mi admirado Francesc Borrell que tuvo la generosidad de priorizar el encuentro so pena de desatender obligaciones familiares. Con él pude avanzar en la necesidad de mejorar nuestras narraciones, la forma en que transformamos lo vivido en palabras, música o cualquier manifestación artística. La forma en que lo compartimos para liberar algo que nunca fue totalmente nuestro. Porque la vida recibida solo sirve quizá para entregarla, siendo como es un precioso líquido brillante que no nos es posible sostener en las manos mucho tiempo. 

Llegando a su final la recepción me quedé un momento mirando a los congresistas charlando animadamente. Gente valiente, buena gente. Me sentí privilegiado por estar allí, animado por el convencimiento oculto de que tenemos cerca personas valiosas que valen la pena, que nos ayudan a sacar de nosotros lo mejor. Con esa gratitud bajé la escalinata de entrada y me entregué a la noche y a su lluvia suave, sabiéndome una vez más totalmente bendecido. 

Los esclavos

Slave Leia Photo Shoot

Slave Leia Photo Shoot.
Christopher Stadler




La mayoría de las sociedades complejas se han levantado sobre los hombros de los esclavos. Es cierto que la mayoría evitan incluir este nombre en sus descripciones pero también que al final de cuentas las condiciones de vida de las mayorías pobres a lo largo de la historia no distaban mucho unas de otras. Detrás de todas las maravillas del mundo hay multitudes generalmente hambrientas que dejaron su salud y su vida en el proyecto.

¿Qué responderían hoy si alguien les preguntara quiénes son los esclavos de nuestra sociedad? Si no les viene rápido la respuesta no se preocupen. Añadiremos que seguimos viviendo en una sociedad piramidal con una cúpula exigua que hoy tiene la particularidad de ser seminvisible. Somos capaces de ver a parte de los privilegiados pero no a otros que se esconden en urbanizaciones de lujo con seguridad privada, despachos a bastante altura del suelo y vidas sociales exclusivas. El precio que pagan para vivir rodeados de lujo y privilegios es algo. Han de vivir separados del resto y pagar con tiempo personal la sobreabundancia de bienes materiales. Al detentar cargos directivos y de responsabilidad suelen tener jornadas laborales flexibles pero amplias que reducen su tiempo libre y la posibilidad de introducir variaciones vitales.
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Dentro de lo que llamamos clases medias se sufre también un grado variable de alineación. Con horarios laborales cada vez más amplios, tiempos de transporte de casa al trabajo generosos y sueldos decrecientes que obligan a simultanear tareas domésticas, crianza de niños, cuidado de mayores además del trabajo remunerado que sostenga la economía familiar.



Las clases trabajadoras y menos privilegiadas, preceptoras de subsidios y habitantes de barrios periféricos está claro que ostentan pocos privilegios y tienen vidas con poca posibilidad de promoción y crecimiento personal. Son las que más remedan la imagen histórica de base social sobre la que se erige el resto de la estructura. Hoy disfrutamos de leyes que protegen las libertades y los castigos no se dirimen a latigazo limpio, no voy a negar que hemos avanzado en derechos por lo menos en este lado del mundo. Si miramos los arrabales de la ciudad de Lagos o cualquier megalópolis en África, India o Brasil tal vez veamos que las cosas son distintas.

La reflexión que me gustaría compartir no parte sin embargo del nivel económico sino del de consciencia. La verdadera esclavitud contemporánea tiene que ver con el automatismo de vida que nos impide tomar opciones libres. Es común que ante ciertos estímulos reaccionamos de forma automática por ejemplo a la hora de votar en unas elecciones, de mantener una postura política, religiosa o futbolística. A la hora de reaccionar ante una conducta que no nos gusta de nuestra pareja, hijo o compañero de trabajo. A la hora de sentir miedo, angustia o asco. Solemos tener una serie de estrategias que surgen automáticas cuando la temperatura emocional llega a un nivel. Si pudiéramos ver nuestra vida como en una película tendríamos que admitir que la mayoría de nuestras conductas surgen de este modo privándonos de elaborar una respuesta más acorde con nuestros principios, deseos o inteligencia.

Mientras más automatismos menos elaboración y en consecuencia menos libertad. La esclavitud conductual y emocional es hoy una cadena pesada que limita nuestras vidas y que al ser invisible nos cuesta mucho elaborar y reducir. La única forma que conozco para liberarse de ella es aplicar la luz de la conciencia que nos permite darnos cuenta de la presencia de una emoción incómoda para acogerla y reconducirla en la conducta que consideremos más apropiada en lugar de permitir que el automatismo correspondiente la elija por nosotros. La diferencia entre esclavos y libres radica en algo tan sencillo e invisible como esto. Seguramente ha sido así desde la fundación del mundo y lo seguirá siendo. Merece la pena mirarnos cada cual a sí mismo para tratar de responder ahora quiénes son los esclavos, al fin y al cabo todos tenemos mucho que liberar.











martes, 11 de octubre de 2016

Mirar por la ventana interior

Lincoln 06-10-2012

Foto de  Karen Roe



Solemos mirar con frecuencia por la ventana para saber qué tiempo hace en la calle. Una costumbre que nos indicará si es necesario coger un paraguas o si es preciso abrigo o gabardina. Esa rápida mirada tiene mucho valor a la hora de elegir la indumentaria que usaremos ese día, todos sabemos lo que significa no salir de casa suficientemente preparados. Lo que no solemos hacer con tanta frecuencia es mirar por la ventana interior, asomarnos un instante para ver qué tiempo hace por dentro.

Basta un tiempo breve para hacerlo, lo ideal por la mañana tras levantarnos, antes de salir de casa.

Parar un momento y sentir cómo estamos por dentro: física, mental y emocionalmente. ¿Cómo notamos el cuerpo, hemos descansado bien, hay alguna tensión? ¿cómo están nuestros pensamientos, estamos rumiando algún asunto? ¿cómo van nuestros sentimientos, despejados, alguna nube en el horizonte, amenaza tormenta?

Tal vez tengamos la costumbre de meditar un rato matinal, otros quizá se detengan a observar su cuerpo bajo la ducha, alguno habrá que deje la mirada perdida mientras desayuna y trate de sentir la climatología interior de esa mañana.

Es buena costumbre mirar por la ventana varias veces. Durante el día disfrutaremos de la luz de ese momento y tal vez de las nubes, el cielo despejado o algún árbol. Puede que también por nuestra ventana interior sintamos tranquilidad, alegría, tal vez asombro en un momento dado aunque también pueden aparecer tensiones, pensamientos oscuros o sentimientos incómodos. En este caso es mejor estar avisados si amenaza lluvia, no vayamos a descargar algún rayo a quien menos lo merezca.

Bob Stahl denomina a esto Mindful check-in, yo prefiero la expresión mirar por la ventana.Y les puedo decir que se ven muchas cosas.


sábado, 8 de octubre de 2016

Recuerda que vas a morir... un libro extraordinario




Como médico conozco profundamente el poder sanador de las cosas sencillas. Me gusta recomendar música de calidad, agradables paseos y un poco de lectura tanto en consulta como en las páginas sueltas que voy lanzando a la marea de Internet en pequeñas botellas. Tengo la certeza de que la palabra encierra un antiguo poder, fraguado en la noche de los tiempos, que nos permite convertirnos en humanos. También puedo decir que esa primigenia hambre de historias es casi tan importante como la que sentimos cuando llevamos muchas horas sin ingerir bocado. Las narrativas de los demás nos ayudan a construir las propias, sobre todo cuando caminamos por desiertos o nos enfrentamos a alguna catástrofe vital.

La historia que me gustaría compartir hoy nos la regala Paul Kalanithi, un brillante neurocirujano que se cruzó con la muerte antes de lo que pensaba. Es una buena historia, contada en primera persona, con honestidad, sencillez y mucha humanidad. Probablemente nada nos humanice más que saber que vamos a morir. Paul nos lo recuerda porque sabe, sabía, que es la única forma de vivir plenamente. Su libro es un ofrecimiento. Verdaderamente el autor nos entrega un tesoro de infinito valor: su propia historia, su vivencia, su baile con ese famoso segundo principio de la termodinámica que hará que finalmente todos acabemos entregándonos a ese basto mar que es el universo. Encontrar sentido en la enfermedad grave es posible, encontrarlo en la vida también. El testimonio de Paul es un ejemplo que nos puede ayudar a caminar para alcanzar ese delicado, y en ocasiones invisible, sentido que pese a su enorme fragilidad es capaz de sostener nuestras mayores luchas y dificultades.

Por eso recomiendo esta lectura a mis pacientes terminales, recordando que todos lo somos. Pero también, y de forma especial, a mis colegas del ámbito de la salud. Paul era un médico extraordinario no solo por ser un profesional excelente en su ramo sino porque conocía el valor de la relación clínica, el sagrado misterio que se produce cuando alguien ayuda a alguien, cuando nos atrevemos a acercarnos a quien nos necesita y este nos lo permite. Aprender a acercarnos a la persona enferma tanto desde nuestra luz como desde nuestra levedad permitirá tender puentes que de otra manera no podrían ser alzados.

Los que me leen saben que la muerte me interesa bastante. No podía ser de otra manera al habérmela cruzado a menudo tanto en el devenir de mis encuentros clínicos como fuera de ellos. Sin embargo no puedo decir sobre ella más que está inevitablemente imbricada con la vida. Paul nos lo deja claro en su libro: para vivir con plenitud, honrando verdaderamente la palabra vida, es necesaria la consciencia de muerte,  finitud y levedad. De otra forma nos despistamos y nuestros valores se confunden. Terminamos persiguiendo quimeras o metidos en densos laberintos. La muerte nos aclara las cosas, las simplifica con su dolorosa pedagogía: "si vas a terminar muriendo, más te vale espabilar y vivir ahora que puedes".


Merece la pena conocer a Paul Kalanithi. La mejor manera de agradecer su mensaje es permitir que otros lo puedan distrutar.







Este artículo se publico inicialmente en el Huffington Post.

viernes, 7 de octubre de 2016

¿Hace falta reinventar el sistema sanitario?


   rebuild 
Foto de Lay-Luh



Una de las ideas que flotan en los ambientes de innovadores sanitarios es la de reinventar la sanidad. Conceptos como el de destrucción creativa son blandidos por adalides del pensamiento disruptivo que proclaman a los cuatro vientos la necesidad de comenzar de cero. Pero, ¿de verdad hace falta?

Si miramos con detenimiento la tierra de la innovación por antonomasia, EEUU, veremos que su sistema sanitario es un desastre para las grandes mayorías. El 10% de la sociedad que se puede pagar un buen seguro no tiene problema pero para los demás es un infierno ponerse enfermo. En Europa siguen sobreviviendo los sistemas sanitarios públicos, amenazados por recortes y reducciones de presupuesto. Aun así, siguen tratando de cumplir su misión y ofrecen servicios sanitarios a casi toda la población. No podemos aventurar durante cuanto tiempo dada la sobrecarga crónica que padecen que recae sobre los profesionales y el déficit de financiación permanente que hace que las cuentas no salgan nunca del todo bien.

El envejecimiento poblacional incrementa la carga de enfermedad y la presión sobre la sanidad. El aumento de la ansiedad y desazón que produce la crisis y los problemas de la vida incrementan el sufrimiento de la población sana que a su vez terminan acudiendo a buscar alivio a las instituciones sanitarias. Mezclen todos los ingredientes y obtendrán la tormenta perfecta. Si en este momento aparece algún iluminado vendiendo ideas rutilantes y ofreciendo inyectar dinero ¿qué piensan que ocurrirá? Pues ya lo estamos viendo. Acuden fondos de capital riesgo disfrazados de ovejitas prometiendo mejorar la gestión con sistemas privados con ánimo de lucro. Ellos ponen la pasta, construyen hospitales e infraestructuras a cambio de un canon anual que negocian a puerta cerrada. ¿Cómo negarse a una oferta tan tentadora? El problema suele ser el de siempre: “lo barato sale caro”, como toda familia sabe de sobra.

¿Entonces nos quedamos con los brazos cruzados esperando que el barco se hunda? No necesariamente, en estos momentos hace falta que todo el mundo se remangue y se ponga a achicar agua. Los protagonistas son los propios ciudadanos. Aprender a hacer un uso responsable de la sanidad es hoy más importante que nunca. Saber qué puede hacer la sanidad por cada cual y que no puede es fundamental. Tratar de acudir y consultar cuando sea necesario, evitar lo superfluo o lo que cada cual puede solucionar por si mismo, saber a qué servicio acudir en cada caso, es básico para que el barco siga a flote.

Por otro lado hace falta una nueva implicación profesional. Si los marineros no colaboran cualquier barco se hunde. Es verdad que la tripulación está realmente enfadada y la mayoría echa humo, pero también que hay grandes profesionales y ganas de hacer las cosas bien. Será necesario  hacer un plan que evite la sobrecarga profesional y anime a la excelencia incentivando lo bien hecho. Con incentivaciones reales y no inversas como en el momento actual. Favorecer la formación continuada, la investigación y el desarrollo profesional también es incentivar. Flexibilizar horarios y favorecer conciliación familiar también lo es.
A nivel de mesogestión es necesario potenciar la autonomía real. Que cada servicio o centro de salud sea independiente a nivel de gestión favorecerá ser más cuidadoso con el presupuesto. Los capítulos susceptible de escalarse como la compra de material, medicación o fungibles seguirán centralizados para ahorrar costes pero los montos para contratar suplentes o solicitar servicios internos de diagnóstico o tratamiento son susceptibles de individualizarse.

La alta gestión sanitaria debería profesionalizarse por un lado y potenciar su comunicación e interoperabilidad con el resto del sistema. No es posible dirigir una organización tan compleja como la sanitaria desde despachos alejados de hospitales y centros de salud. Imbricar técnicos con sanitarios en los equipos es fundamental, mezclar gestores con asistenciales también.

Pero no es mi intención mostrarles el mapa del tesoro, cada cual habrá de pensar por su cuenta. Tan solo exponer que más que destrucción creativa necesitamos simplemente hacer las cosas mejor. Y eso no será posible si no se acomete a todos los niveles y con todos los actores. ¿Utopía? Si el hundimiento del Titanic hubiera dependido de la capacidad del pasaje de achicar agua no duden que se lo habrían currado. Esperemos que nos demos cuenta antes de que la orquesta sea tragada por las aguas.









martes, 4 de octubre de 2016

Carta de un paciente


 letters
Foto de liz west


En consulta recomiendo encarecidamente a mis pacientes que desahoguen sus problemas contándolos a alguien de confianza. Desgraciadamente no siempre es posible encontrar un interlocutor válido; en ese caso les animo a escribir. Pueden hacerlo para ellos mismos y guardarlo, romper posteriormente las cuartillas o convertirlas en carta o escusa para compartirlo con alguien de ese modo.

En ocasiones soy el depositario de esas letras. Tesoros que cuesta destilar, que valen lo que pesan en oro, que nos recuerdan que la fragilidad de los demás no se aleja mucho de la nuestra. Hoy comparto el texto de un paciente que me permite hacerlo público en esta plataforma guardando el debido anonimato. Como creo que su publicación puede hacerle bien lo comparto abiertamente.

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Estoy muy rayado.


Hay cosas que ni se hablan, ni se enseñan. Y como el mundo está lleno de teorías con intereses personales, uno ya no sabe si acogerse a la que más le convenga, o desconfiar de todo. Y desconfiar de todo y la soledad son dos sensaciones sinónimas.

Pasado el umbral de los 30, sin sobresaltos sentimentales de calado, rectamente uniforme, heterosexual de cabeza, de corazón, de acción y de voluntad. Y de pronto, casi sin venir a cuento, a a cuento de algo que no pillo, en lo más hondo de mí se despierta una mezcla curiosa de morbo, curiosidad, erotismo, dulzura, complicidad y otros elementos así, sencillamente humanos, nada pornográficos, con otros caballeros, hasta el punto de una cierta inquietud fisiológica en momentos de tensión, y mucha inquietud interior por no entender a qué viene este desajuste en el plan de fabricación con el que no tengo armas para enfrentarme.

¿Nos pasa a todos? ¿Siempre? ¿Me he cambiado de acera sin querer? No, porque mi deseo heterosexual sigue tan vigente como siempre. ¿La curiosidad ha matado al gato? ¿La ciberinformación me ha inclinado la balanza? ¿La saturación social erotizante me ha puesto los vellos como escarpias? 

Imposible hablar de algo así con la esposa. Imposible hablar de esto con amigos que lo trivializan todo, porque son de la cofradía de lo importante es vivir la vida, no te compliques la existencia, aprovecha el momento, una canita al aire.

Conozco a más de un señor casado que está en la red, sufriente, por dar más pasos de la cuenta. Aunque igual eso es lo que toca cuando el cuerpo enciende el ámbar.
No lo sé.

Sólo sé que tengo amigos, pero a muy pocos puedo contarles esta intimidad, que no quiere convertirse en carne de cachondeo.

Me gustaría comentarlo con un médico. Pero no todos los médicos dan tanta confianza. Tampoco me veo en el diván, hablando con alguien que no me conoce. Quizás por deformación veo a los sexólogos como los de Los 40 Principales. Dale fuerte a la mandorla. Be happy. No. Yo así, a rienda suelta, no me veo.

Sé que estas cuestiones son muy personales, y que cada historia tiene su matiz propio. Yo estoy intentando recomponer la historia para aclararme. Igual otros huirían hacia adelante, sin darle importancia, porque todo lo "bi" suma, y todo lo complicado, resta.

Por mi forma de ser necesito ser coherente. No tengo ninguna intención de volver a la adolescencia al borde de mis 40 primaveras. Pero escuchar su experiencia igual me ofrece luces. 

Gracias por la paciencia. Y encantado. 










lunes, 3 de octubre de 2016

Menos silla, menos plato y mucho más zapato

my old shoes
Foto de  Martin Strattner



El ejercicio es bueno para la salud. Sabemos que mejora el corazón y el aparato circulatorio y también disminuye molestias de espalda y aparato locomotor. Ahora también sabemos que disminuye el riesgo de cáncer.

El problema no es saber que el ejercicio es bueno, sino aplicarlo a nuestra vida.

Para ello necesitamos dar tres pasos:

1. Darnos cuenta.
2. Preparar un plan personal.
3. Ponerlo en práctica.


Para darnos cuenta basta echar un vistazo a nuestras rutinas semanales, abrir cualquier revista, libro o publicación sobre salud o mirar en Internet. ¿Cómo estamos de forma física? ¿Hacemos alguna actividad física deportiva? ¿Cuántas horas permanecemos sentados al día?

Para plantearnos un cambio necesitamos un plan personal. Pensar qué podemos mejorar y cómo podemos hacerlo. Identificar bien qué nos gustaría hacer, qué actividad nos gusta de verdad y nos sería rentable en tiempo y agradable de hacer. Según sean nuestras condiciones físicas serán recomendables unas actividades u otras, un ritmo más rápido o más lento.


Y por último ponerlo en práctica para generar una rutina. Es interesante que al principio nuestros objetivos sean modestos. Es mucho más importante la perseverancia que la intensidad.



Sobre el plato y la alimentación pasa algo parecido. Solemos comer más de lo necesario, y lo sabemos. Los tres puntos anteriores también nos sirven aquí. Proponernos pequeños cambios llevaderos y fáciles de mantener es el secreto para una mejora continua de nuestra alimentación. Mejor que obsesionarnos con el numerito que marque la báscula propongo poner la vista en el plato. Aprender a comer tranquilamente, dándonos cuenta del proceso de comer, de la intensidad del sabor, de las texturas del alimento en la boca, disfrutando. Y de paso poner cosas ricas y sanas en la mesa con abundancia de todo lo que sea vegetal y reduciendo un poco carnes, pescados y algo más salsas, grasas saturadas y comida precocinada.

El secreto está en disfrutar más de la vida aportando suficiente movimiento y reduciendo silla y comida excesiva.





-Moore SC, Lee IM, Weiderpass E, Campbell PT, Sampson JN, Kitahara CM, et al. Association of Leisure-Time Physical Activity With Risk of 26 Types of Cancer in 1.44 Million Adults. JAMA Intern Med. 2016 Jun 1;176(6):816-25. doi: 10.1001/jamainternmed.2016.1548.

Artículo de referencia vía Mateo Seguí Díaz