domingo, 11 de diciembre de 2016

Los magos





 
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El ser humano no se ha llevado muy bien con la incertidumbre desde el comienzo de los tiempos. No saber si una temporada iba a traer buena o mala caza, desconocer si la cosecha sería suficiente o se echaría a perder, ser incapaces de adivinar si ganaría nuestro ejercito la batalla o sería terriblemente derrotado, producía un manojo de emociones incómodas entre las que prevalecían el miedo, la angustia y la zozobra.

Por esas razones se apeló a sabios capaces de discernir el futuro mirando las estrellas, los posos de café o la vísceras de algún animal. Primero los chamanes y luego los oráculos, los altos sacerdotes, la astrología y la magia sirvieron durante siglos a unos y a otros a soportar la carga de la incertidumbre, una de las principales variables que hace insoportable la levedad del ser.

Fue más recientemente cuando la ciencia consiguió poco a poco aumentar la comprensión del mundo aplicando observación, método y matemáticas. La estadística y el calculo avanzado soportado por ordenadores nos permite jugar con la información y tratar de defendernos del horror vacui que sentimos al mirar el futuro.

Desgraciadamente los pronósticos meteorológicos siguen siendo inexactos y los políticos y económicos altamente insuficientes. Ni que decir tiene que los personales son del todo imposibles de afinar siguiéndonos moviéndonos en las movedizas arenas de lo desconocido. El universo tiende un velo que nos separa del futuro defendiéndonos así de males que ni siquiera podemos imaginar. Si algún ser humano se pudiera asomar un instante al otro lado de ese velo la visión determinaría el resto de su vida y probablemente la de muchos más seres. Iluminados y visionarios los ha habido siempre pero su virtud no les permitió transcender las reglas de la física, tan solo ir más allá de ellas con su imaginación y creatividad.

En muchos países de Europa y en Estados Unidos existen el doble de astrólogos y nigromantes que de sacerdotes, los primeros van a más, lo segundos a menos. En tiempos en los que han desaparecido los asideros de las religiones y las convicciones políticas tradicionales, las redes familiares y de amistad se derriten y existe un enorme descrédito de las instituciones, la política y el compromiso social el grado de incertidumbre es máximo. A esto se suma que la realidad globalizada que ha hecho desaparecer fronteras, muros y barreras sume a toda la humanidad en una situación de inestabilidad potencial nunca vista. Si una mariposa en Shangai puede ocasionar un terremoto en Nueva York, es normal que el personal se sienta más vulnerable que nunca ante el futuro.
Por estas razones los magos están de enhorabuena. Los adivinadores, astrólogos y terapeutas alternativos (con curriculum discutible) ofrecen remedios frente a la incertidumbre que su público no duda en comprar al coste que sea. Si la religión, la política y la sanidad oficial no dan la respuesta adecuada para exorcizar la incertidumbre acudiremos al mercado negro extramuros de la ciencia y los criterios ortodoxos. Nos da igual, todo vale para aliviar el agobio que nos produce ese “no saber” y terminamos creyendo lo que nos digan pues la palabra sigue teniendo ese poder, y ellos lo saben.


Dará igual que tengamos formación universitaria, una gran cultura general o un sólido sentido común. Todos albergamos una parte irracional que tira al monte y allí encontramos a los magos que dan la bienvenida a nuestros miedos. Eso explica que el prestigioso abogado, el piloto de avión o la directora general terminen comprando remedios homeopáticos o consultando su horóscopo en la revista o el diario. Eso explica que un 25% de las consultas de salud se hagan a terapeutas alternativos, que nos gastemos miles de millones en cartas astrales o visitas a magos y que sigamos recelando del gobierno, la religión, el sistema sanitario y otras vainas.

Las cosas han cambiado menos de lo que creemos. Seguimos siendo una tribu de monos con un modo de vida algo más sofisticado pero un capital genético que dista menos de un 2% de una lombriz. Nuestras pulsiones son tan antiguas como predecibles, por eso nos seguimos dejando engañar y los magos medran contentos mientras nuestra sociedad nos cuece en una salsa espesa de miedo y agobio que nos pone en sus manos.

No les puedo decir hasta que punto los astros nos influyen pero no dudaré en recomendarles que se atrevan a mirar un cielo nocturno y sus estrellas. El asombro que probablemente sientan es verdadero, la belleza que contemplarán también. Con esas certezas se pueden sostener pocas dudas pero al menos nos aportan la esperanza de que vivimos en un universo asombroso que nos trata mejor de lo que pensamos.














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