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viernes, 6 de julio de 2018

Sonreír en la adversidad





Uno de los indicadores que más valoro a la hora de acompañar a mis pacientes más mayores o complejos es la cantidad de veces que sonríen.

Es cierto que no es un indicador al uso y no está recogido en las guías de exploración clínica pero uno, que ya es perro viejo, sabe de cierto lo que vale. También es verdad que existe una gran variabilidad interpersonal entre los que las prodigan y los que a penas las esbozan. Conocer bien a mis pacientes me permite no dejarme engañar, sé de buena fuente lo que vale la sonrisa de cada paciente, en especial las de los que sufren dolor crónico, enfermedad severa o situación incapacitante.

Cuando consigo, pese a mi poca gracia y mis limitadas habilidades de comunicación, que me regalen una lo agradezco enormemente. Sobre todo porque sé que es una buena medicina tanto para el paciente como para sus cuidadores. También para mi.

Las personas que atraviesan enfermedades largas, crisis vitales o dificultad importante son un preciso testimonio para todos los que nos relacionamos con ellas. Un ejemplo que se visibiliza poco y que desgraciadamente se suele esconder de la vida pública para detrimento de los que se podrían beneficiar de esa enseñanza.

Me vienen a la memoria las sonrisas de las últimas semanas, las miradas brillantes, el contacto con el brazo o el apretón de manos de aquellos a los que atendí y conseguí animar o quizá fortalecer un instante. Las traigo aquí como homenaje con la intención de dignificarlas y ponerlas de relieve. Valen mucho más de lo que pensamos.

martes, 2 de enero de 2018

Sanar el tiempo, sanar el género




Me publican hoy este artículo en el  Huffpost y lo comparto aquí con mis lectores y amigos. Feliz año nuevo. 





Las turbulencias sociales que todos experimentamos hacen que la aeronave humanidad se zarandee produciendo mucho miedo en el pasaje. Una de las consecuencias es que se nos enferman verbos y sustantivos lo que dificulta enormemente la comunicación y las relaciones.

La incertidumbre y el miedo nos llevan al futuro y al pasado. Pasamos mucho tiempo pensando lo qué va a pasar, construyendo escenarios e imaginando cursos de acción. Dilapidamos de esta forma nuestro capital de energía y recursos creativos, que se diluyen cual castillos en el aire sin servir para nada. También viajamos al pasado solazándonos en nuestros recuerdos favoritos lo que también es costoso en recursos personales e igualmente poco rentable. Nuestros verbos se quedan sin presente cuyo caudal es consumido por los grifos abiertos de pasado y futuro. El hilillo de agua de presente que queda termina gastándose malamente en alguna pantalla que nos ofrece distracciones audiovisuales o empachos de información o en una agenda sobrecargada donde se nos va la fuerza apagando fuegos infinitos.

Con los sustantivos obramos de otra forma al no poder manipular un tiempo que no tienen. Con ellos jugamos a batallas de género sin saber el riego que corremos ya que el lenguaje forma el armazón de la consciencia y si lo llenamos de conflicto contamina sin remedio la totalidad de la estructura.

Pareciera que no tiene importancia forzar el lenguaje diciendo plátana donde decía plátano o sillo donde decía silla. Permítanme el juego de palabras. Forzar como políticamente correcto decir melones y melonas donde antes se decía simplemente melones. Pero la tiene, y mucha, dado que añade un punto de conflicto que en lugar de crear igualdad, armonía y encuentro genera tensión y división al olvidar que el ser humano está formado por ambos géneros y los precisa a ambos por igual para vivir en equilibrio pero no a la vez.

En consecuencia andamos batallando con el tiempo y el género y nos quedamos sin presente y sin tranquilidad en una sociedad escapista y maltratadora que está olvidando el arte de ser y estar tanto con uno mismo como con los demás. Una cultura donde ellos están en conflicto con ellas, ellas con ellos y cada cual finalmente con uno mismo y con el resto.

Para cambiar el paradigma y sanar la locura que estamos construyendo es fundamental regresar al presente y recordar que es nuestra única posibilidad real de existencia plena. Mientras no miremos de frente el aquí y el ahora no sabremos lo que hay ni tampoco lo que es preciso hacer. Junto a esto es necesario construir dinámicas relacionales basadas en el buen trato. Tratarnos bien a nosotros mismos atendiendo las sensaciones, ideas, emociones y necesidades que haya en nuestro presente. Tratar en consecuencia bien a las demás personas, seres vivos, ecosistemas y objetos que nos rodean.

Cuando nos vamos de nuestro presente nos despistamos y desaparecemos para nosotros mismos y para los demás. Cuando damos un grito, un portazo o un golpe en la mesa nos estamos gritando y golpeándonos a nosotros mismos. ¿Quién escucha en primer lugar esa voz altisonante o recibe en sus propias carnes el impacto contra algo duro?

Olvidar el arte de estar presente y bien tratar nos termina enfermando al llenarse la vida de sinsentido, brusquedad y frío. No merece la pena. La vida es un privilegio que merece ser experimentado en plenitud. Cuando en ocasiones sentimos desazón, inquietud o malestar sin saber la razón tal vez deberíamos mirarnos los verbos y los sustantivos. Comprobar de vez en cuando cómo están nuestros tiempos y géneros no vaya a ser que por no haberlo revisado en meses tengamos las ruedas con poco aire y a punto de pinchar.

Y a los que convivan o tengan personas a su cargo también animaremos para que se interesen por la calidad de presente y de buen trato de los que les son dados. Mientras más consciencia y mejor trato sepamos dispensar mejor para todos.





miércoles, 12 de julio de 2017

Compasión aplicada al ámbito sanitario





La EASP en su programa de #MinutoExperto nos ofrece este vídeo con Gonzalo Brito, formador en mindfulness y compasión.

Es uno de los pioneros en abrir una interesante línea de mejora en la relación entre profesionales de la salud y pacientes que va más allá de la empatía.

Son tres minutos que merecen ser vistos.