viernes, 10 de febrero de 2017

Cerebros de diseño



Brains
Foto de Neil Conway




Lo que pensamos y sentimos que es la realidad no es más que el resultado de pasar el universo por el tamiz del cerebro, la apuesta que ha hecho el diseño natural para adaptar la materia viva al entorno particular de este planeta. Podríamos decir que dicho sistema de procesamiento no es más que un conjunto de filtros sensitivos por un lado y cognitivos por otro. Los primeros se especializan en filtrar determinadas ondas lumínicas que transforman en visión, ondas de presión atmosférica que transforman en sonido, químicos volátiles que serán olfato, químicos diluidos que serán gusto y temperatura y presión local que serán tacto. A nivel cognitivo nos manejamos con una serie de programas que manejan las anteriores sensaciones, utilizan un lenguaje verbal como código, una memoria y un sistema de producción de escenarios y alternativas. Pese a que aparentemente la variabilidad de la función cerebral parece infinita e individual como pudieran pensarse que son los rostros y características de cada ser humano, el patrón común es en todos predominante. Estamos determinados por los filtros biológicos y lo posteriores adquiridos que incorporamos al sistema. 

Vemos la vida del color de las gafas que usamos, en este caso cerebrales. Cuesta decir si sería posible otro diseño en nuestro medio dado que a lo largo de estos cientos de miles de años han desaparecido todas las alternativas y no tenemos con qué comparar. Lo que tenemos delante nos parece que es la realidad pero esta es mucho mayor de lo que podemos percibir. Tal vez algún día sea posible modificar los filtros sensoriales y ampliarlos, crear nuevos o anular alguno. Tal vez puedan crearse simuladores o interfaces que permitan acercarse a determinados ecosistemas actualmente vedados para nuestra biología. Imaginen moverse a sus anchas por la lava de un volcán o por el frío espacio de la estratosfera. Más aún, desplazarse por un cometa errante o flotar en un mundo gaseoso como Júpiter. Lo mismo con los filtros cognitivos, poder pensar con mayor poder de cálculo, con más capacidad de procesamiento de imágenes o con una memoria casi ilimitada. 

Tal vez el momento de acceder a estas posibilidades esté más cerca de lo que pensamos. De hecho ya está sucediendo de alguna manera dado que desde la prehistoria las herramientas que el hombre ha construido han ayudado a modificar su cerebro. En poco tiempo tendremos sistemas de realidad virtual más potentes y poco a poco la comunicación y el acceso de las máquinas al cerebro se irá mejorando hasta conseguir una interface cerebro máquina totalmente operativa. Estaremos entonces ante una singularidad dado que una nueva especie habrá sido creada con posibilidades inéditas. Entre ellas la de modificar los filtros cerebrales a su conveniencia y poder desarrollar nuevas propiedades y funciones. Este salto evolutivo tendrá sin duda enormes consecuencias para la especie homo sapiens que se verá abocada a desaparecer en pocas generaciones en beneficio de la recién llegada mucho más potente en todos los sentidos. No podemos saber si el homo transapiens será capaz de restablecer el equilibrio ecológico del planeta, misión que su antecesor no fue capaz de conseguir. Tampoco si sobrevivirá a los grandes cambios que el planeta experimentará en los próximos siglos. Lo cierto es que, de alguna manera, esta carrera por modificar y complejidad los sistemas cerebrales seguirá con o sin nosotros. Por eso me parece prudente recordar al sabio que hace milenios se dio cuenta de que todo a su alrededor era vanidad. Por mucho que uno corra llegamos todos al mismo sitio, de momento. Tal vez en unos años el destino sea susceptible de modificarse a la par que el cerebro que lo enfrenta.

En estos tiempos de crisis asistimos a un choque de trenes en el ámbito de los valores. Por un lado la generación de nuestros padres asiste desconcertada al ocaso de un tiempo que primaba la virtud, es esfuerzo y el servicio. Una época donde la moral cristiana que se vivía en Europa permitió la reconstrucción de esta tras las cenizas de las dos guerras mundiales, y las guerras civiles de España y la exYugoslavia. Por otro tenemos las nuevas generaciones crecidas bajo el imperio del mercado globalizado, que corona los valores del éxito, la prosperidad y la eficiencia. El rey dinero parece prevalecer sobradamente en el Olimpo de los dioses. De hecho las creencias en lo transcendente se han exiliado al ámbito privado de cada cual y solo parecen servir para calmar la conciencia individual. Poco se asoman a la vida pública, poco se transforman en acciones visibles. 

Cada cultura otorga un distinto valora a todo lo que existe. Estos constituyen la carta de navegación de dicha sociedad por el mar de la incertidumbre de la vida. Hay pueblos que minusvaloron el respeto al medio ambiente y en consecuencia desaparecieron. La Isla de Pascua es un ejemplo. Otros se asentaron en valores sólidos y aguantaron mil años. Pero ¿qué valores son mejores? esta pregunta no es fácil de responder, muchos filósofos han dedicado su vida a ello sin un claro desenlace esperanzador. Solemos construir la respuesta mezclando las preferencias grupales y familiares con las nuestras que construimos desde la infancia. Vamos dando valor a las cosas según las experimentamos. Esta interacción de lo externo con nuestra personalidad, carga genética y recuerdos termina destilando la carta personal de valores de cada cual. 

Tal vez lo más sencillo para reflexionar sobre ello sea pensar en qué valoramos más, ¿qué es lo más importante para ti? Si conseguimos averiguarlo será más fácil seguir construyendo.
El ser humano es capaz de llegar lejos si tiene esto claro, tenemos muchos ejemplos de virtuosos en la música, la ética, la guerra, la política y cualquier campo que elijamos. Personas tenaces que han tenido claro lo que querían sabiendo lo que valoraban de la vida. Personas que arriesgaron todo lo que tenían apostando a la casilla de su valor principal. 

La inteligencia ética sería la faceta interior que nos facilitaría esta visión del mundo de los valores y principios. Se suele desarrollar con la reflexión, el diálogo, el pensamiento y el discernimiento. También son ayudas las incontables palabras escritas de tantos filósofos y sabios que nos han regalado sus pensamientos y su ejemplo. Llama la atención que en la enseñanza secundaria haya desaparecido la asignatura de filosofía del programa, también que no exista nada semejante en la parrilla televisiva y que los libros al efecto cada vez ocupen menos en las librerías mientras crece la de autoayuda o la de gastronomía. 

Vivimos tiempos inciertos y es verdad que no hay muchos referentes públicos que ayuden a la sociedad a construir su mapa de valores. Lo habitual es encontrar a personajes peculiares o esperpénticos en tertulias de café que más bien parecen zafias peluquerías o bares mal hablados. No suelen invitar a sabios a los platós televisivos, salvo alguna excepción. Tampoco en las familias se visibiliza a los mayores que con el curriculum de una larga vida tal vez pudieran aportar sensatez a los más jóvenes. Ahora solemos dejarlos deteriorarse en residencias mientras corremos ávidos a nuestros mil quehaceres. Al no seguir una ruta clara terminamos en una tempestad de movimientos que nos obliga a caminar en círculos y no avanzar.

Como siempre suele pasar cuando la situación parece perdida viene bien recordar que en algún lugar hay una salida. En nuestro caso más cerca de lo que pensamos. Cada ser humano tiene una ficha de vida que colocar en la ruleta de la existencia. Tenemos la posibilidad de elegir. Merece la pena pensar bien que dirección tomar de las infinitas que nos ofrecen. Merece la pena discernir hacia dónde queremos ir. Nos jugamos la vida a la hora de elegir nuestros valores.



martes, 7 de febrero de 2017

La capacidad humanizadora del cuidado





Con el paso de los años vamos dándonos cuenta de que hay verbos que humanizan o deshumanizan. Según el uso que hagamos de ellos nos vamos convirtiendo en distintos tipos de personas. Los perfiles que por ejemplo gustan de conjugar verbos como ganar, medrar, ascender, conseguir, comprar, robar, acumular son muy distintos de los que hacen lo propio con escuchar, acompañar, servir, cantar, crear, compartir... Cada verbo que encarnamos con nuestras acciones nos termina modelando como un cincel, modificando nuestra forma externa e interna, nuestra manera de existir. Y los demás son testigos de ello, de esa evolución progresiva que nos va humanizando o destruyendo. Tal vez nosotros no sepamos por donde van los tiros, pero los que nos rodean se dan perfecta cuenta. Los discursos pueden engañar no así nuestras acciones.

Por estas razones me gusta mucho la palabra cuidado dado que cuidar es uno de esos verbos fantásticos capaces de llevar a plenitud nuestra humanidad. Fueron nuestros ancestros olvidados los que empezaron a darse cuenta del poder enorme que esconde el cuidado. Los que dejaron de abandonar a los ancianos de la tribu o comenzaron a enterrar y honrar a los que iban cayendo en el camino. Los que empezaron a aceptar lo diferente y buscaron formas nuevas de relacionarse con los seres animados e inanimados que les rodeaban. Para cuidar es menester tener delante un objeto o sujeto de cuidado. De niños comenzamos entrenándonos con los cuadernos del colegio, los zapatos o tal vez una pequeña tortuga. Poco a poco vamos descubriendo las sutilezas de cuidar a los que nos rodean y empezamos a saludar al bedel del instituto, a dar los buenos días al señor del quiosco de chuches o a agradecer con sinceridad los regalos que nos hacen. Aprendemos a pasar un rato extra con el familiar que esa semana cayó enfermo o damos un paseo con el abuelo que camina mucho más despacio que nosotros. Mientras más vulnerable es el sujeto de cuidado mayor es la amplitud de cuidado que surge. Es por eso por lo que tener un bebé cerca nos llena de solaz y nos asombra o por lo que estar cerca de una persona muy enferma, discapacitada o moribunda nos abruma. Podemos sentir emociones intensas que surgen de la posibilidad de vernos a nosotros mismos como ellos. Es por esto por lo que la palabra cuidar nos humaniza. Si somos capaces de traspasar las sensaciones, ideas o emociones que puedan surgir entraremos en un espacio que nos permitirá obrar el milagro de cuidar en vez del curso de acción más frecuente que es salir corriendo.

En una sociedad interconectada en la que cada vez dependemos de personas a las que no conocemos será cada vez más importante cuidar a los demás. Es la única forma posible de globalizar la humanización y no su contrario. Si queremos sobrevivir no podremos hacerlo activando hasta el extremo el gen cazador/depredador. Si el hombre es un lobo para el hombre terminaremos devastados. La simplicidad de la palabra cuidado tiene la capacidad de evitarlo consiguiendo que el hombre sea más humano con todo lo que le rodea.

viernes, 3 de febrero de 2017

Cuarenta y siete pacientes cada día





Creo que soy un médico razonablemente competente, atento y compasivo. Humano, débil, fácilmente vencible. A veces siento que no puedo aguantar tanta presión, que el sufrimiento que me ofrecen mis pacientes es demasiado grande para alguien tan pequeño. Por eso en lugar de añadir llanto permítanme regalarles mi agenda de ayer convertida en soneto.





Cuarenta y siete historias conforman el ardor que me acoge
Llamas de dolor rojo, angustia, miedo y un negro sentimiento
Esperan que mis manos algo alivien pero hoy camino lento
Mientras el fuego inflama estos pies que se traban y encogen.

Me fundo en un ovillo de burocracias grises, pantallas y ruido,
Entre lágrimas ocres, muecas de angustia y queja contenida,
En el licor amargo que me tienden para beber despacio:
El cetrino cáliz que los hombres destilan con sus gritos.

Termino la jornada chamuscado, terrible cefalea, muy contrito,
Con pasos cortos enfilo la salida, humillado, proscrito,
Sabedor del mal que me ha vencido: la pegajosa herrumbre del quejido.

Necesitaré lamerme las heridas, tomar un verde bebedizo,
Refugiarme en tus versos azules, recorrer muy despacio las calles
Y reclinar la faz en la almohada hasta que nos rescate el sol invicto.






Cuando tengan un día realmente malo les sugiero tres cosas:


1. Cuando se den cuenta de la catástrofe que viven dejen de darse caña y pasen al siguente punto.

2. Respiren

3. Conviertan su desazón en algo que no duela.


Lean a su autor favorito, escuchen música delicada, caminen lentamente por un parque.
Escriban un poema, tal vez dos. Si no les llega anoten las palabras que sientan por muy negras que sean.
Si tienen la oportunidad cuenten su caso. Si no hay interlocultor busquen al viento.

Y recuerden que tras toda tormenta, si se espera un poquito, viene la calma.



Les dejo con unos grandes maestros que seguro les inspiran.












viernes, 27 de enero de 2017

La mirada interior.



Reminiscencia
Foto de  Xabier.M





Si pudiéramos mirar la profundidad de nuestra alma como quien contempla un lejano paisaje conseguiríamos abrir un nuevo tiempo en nuestras vidas lleno de posibilidades increíbles. Pareciera que esto es imposible al estar nuestros sentidos orientados y calibrados para bregar con lo exterior pero tenemos pruebas de todo lo contrario. A nuestro alrededor abundan los ejemplos de quienes consiguieron hacerlo. Unos levantando enormes catedrales, otros componiendo música imprescindible, algunos escribiendo historias o agudas reflexiones, otros dando su vida a los demás. La mayoría de ellos de forma anónima y hoy olvidada, unos pocos firmando su obra con su nombre. En cualquier caso fueron muchos lo que lo intentaron. Aprendiendo un oficio, cuidando sus acciones o buscando en sus profundidades. Desde el comienzo de la historia tenemos testimonios de personas que han salido a buscar un sentido a su vida sea en la aventura o en el peregrinaje, en la misión o simplemente alejándose de lo conocido para descubrir nuevas perspectivas. A Santiago de Compostela siguen llegando miles de personas cada día. Gente que busca, que necesita salir de su cotidianidad para conocer algo más. 

Es posible mirarnos por dentro como quien mira un paisaje, basta con querer hacerlo y modificar el ángulo de nuestra mirada. Lo que vemos fuera remeda con precisión lo que hay dentro. Vemos montañas en calma y también rodeadas de nieblas o tormentas, vemos árboles verdes y también otros secos y agostados. Vemos ríos, praderas, rocallas y secarrales, jardines y desiertos, pueblos y despoblados. Conocer que albergamos el cielo y el infierno, lo liviano y lo denso, el oro y el plomo, nos permite caminar más ligeros, soltar cargas y ser mejores personas. Pocos medicamentos son superiores a este conocimiento a la hora de apaciguar el alma y dotarla de un sentido. Los que regresan de un largo viaje o una peregrinación lo saben. Hay muchos mundos, pero están en este. Con nosotros pasa exactamente lo mismo.

miércoles, 25 de enero de 2017

Capitanes de predicados y sujetos






Lo que escribimos y leemos, lo que decimos y callamos nos abre la puerta a paraísos, infiernos y purgatorios de todos los tamaños. La palabra tiene poder para evocar. Por eso puede construir o fulminar, elevar o arrojar, tender puentes o alejarlos. No solemos cuidar nuestras palabras. Nos proveemos de mucha cantidad, consumimos textos y pretextos que son pura basura, no paramos de lanzar exabruptos, quejas o desdichas allá por donde andemos dejando calles, montes, oteros o majadas llenos de una persistente suciedad que les tocará a otros recoger. No nos damos cuenta de que en nuestras estancias interiores hacemos exactamente lo mismo. Vamos llenando nuestras vidas de verbos, nombres y adjetivos de todos los tamaños. Vamos sembrando desolación y pestilencia por la simple razón de hacer del descuido norma y del descaro y la imprudencia tenaces aliados. No nos extrañe si con el paso de los años perdemos el sentido de la vida, o empezamos a sentir un persistente trasfondo de desazón que se obstina en acompañarnos tanto en la bonanza como en la tormenta. Las crisis vitales suelen forzarnos a abrir nuestras bodegas y limpiarlas del cieno y el hedor acumulado. Será entonces cuando nos asombremos de la acumulación descomunal de pequeñas e inocentes palabras que unidas conforman oscuros monstruos que taponan peligrosamente nuestras coronarias existenciales.

Merece la pena guardar respeto a las palabras. Cuidarlas, sembrarlas, podar las malas hiervas o las ramas resecas, retirar los despojos o quemar las hojas con cuidado. Cuando así lo hacemos conseguimos frutos y cosechas. Podemos disfrutar del aroma de rosas o solazarnos del frescor de una sombra en verano.  Merece la pena disfrutar de una vida con las mejores narrativas, donde la buena comunicación sea tan accesible como tomar aire, donde regalar un verso o una idea sea tan espontáneo como sonreír ante algo divertido. Hay mucha salud y enfermedad en el modo en que construimos cada frase. En la forma que articulamos el lenguaje, en la armonía o en la ausencia de esta cuando la lengua muta en pensamiento. Por eso necesitamos de valientes que nos inspiren y se atrevan a señalarnos el camino. Gente tenaz como aquella abuela que administraba sabiamente sus silencios o aquel profesor capaz de sacar a la luz lo mejor de nosotros. Como aquella limpiadora que repartía alegría al dejar los suelos impolutos o aquel médico de pueblo que convirtió nuestra abominación en una oportunidad para nacer de nuevo. No conozco del todo este misterio pero siento palpitar su poder, por eso les animo a ser capitanes de sus predicados y sujetos dado que no hay otra manera de transformar el mundo.

lunes, 23 de enero de 2017

Una UCI en el salón de casa





Los profesionales sanitarios precisamos de una correcta formación continuada para mantenernos al día. Es preciso leer, atender cursos, y seguir métodos reglados de aprendizaje pero también aprovechar las circunstancias de la vida para aprender. En mi caso me he encontrado de la noche a la mañana con la codirección de una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de ámbito  doméstico. El nacimiento de un bebé transforma la tranquilidad de un hogar estándar en un sofisticado sistema centrado en la supervivencia de un ser humano de tres kilos y pico. Es cierto que nuestra unidad consta con algún facultativo, está razonablemente bien presupuestada y no hay precariedad laboral ni problemas de salud física o mental en su plantilla. El nivel de motivación es alto y, por qué no decirlo, el compromiso por la misión encomendada también. He tenido la fortuna de trabajar en unidades semejantes en varias ocasiones y, si bien cada caso es diferente, siempre he tenido suerte. Pero conozco como ustedes casos menos afortunados en los que quizá la unidad de crisis estaba formada por personas mal avenidas o en solitario, con problemas económicos, personales o sociales.

Lo cierto es que ante catástrofes vitales que nos cambian del todo el encuadre cotidiano cada vez estamos peor preparados. Y no por una cuestión de conocimiento sino de falta de red de apoyos o de recursos personales. Hay horarios laborales, por poner un ejemplo, que no permiten cuidar con un mínimo de calidad. Quizá por eso cada vez se monten menos UCIs en casa y se deleguen al hospital, la guardería o la residencia de ancianos, ámbitos que hoy están completamente saturados. Recuerdo que en la generación anterior mis cuatro abuelos murieron en casa y en casa se atendieron las emergencias familiares de enfermedades graves, niños con discapacidad, enfermedad mental severa, nacimientos y demás. Las cosas han cambiado bastante desde entonces y el verbo cuidar ha pasado en parte de conjugarse en el hogar a hacerlo fuera del mismo convertido en servicio de pago. Así están las cosas. Yo de momento encantado de participar en mi UCI doméstica desde la que escribo este texto a dos manos mientras muevo con el pie el carrito del bebé. Pero no puedo dejar de reflexionar en el precipicio de la delegación social de cuidados en servicios que o bien son públicos y habitualmente están saturados o privados y nos cuestan más de lo que nos podemos permitir. ¿Seremos capaces de asumir más capacidad de cuidado en casa? ¿Habrá que rediseñar nuevas formas de cuidado social? ¿Quién nos cuidará a nosotros cuando lo necesitemos?

sábado, 21 de enero de 2017

El expediente disciplinario de la doctora Lalanda




La libertad de expresión es una de esas cosas que parecen invisibles y damos como dadas como lo son el aire que respiramos o el agua que bebemos pero que cuando desaparecen convierten la vida en un infierno. Es por ello que la constitución de los países avanzados suele defenderla y que los países que no lo son tanto suelen tener problemas con ella.

En ocasiones nos encontramos con hechos o circunstancias que parecen vulnerar esta libertad. Suelen provenir de personas que se sienten molestas por un comentario o idea y que en lugar de aceptar un diálogo eligen callar al adversario usando diversos medios como un expediente disciplinario por ejemplo.

El caso de la doctora Mónica Lalanda se ha convertido en un triste modelo de lo que decimos. Una facultativa prestigiosa decide dejar su puesto laboral en una urgencia hospitalaria por las precarias condiciones laborales que padece y lo hace público en un blog. Cuenta su caso: años de renovación mensual de contrato, sobrecarga asistencial, no respeto de vacaciones... Desgraciadamente nada nuevo, es el día a día de muchos médicos en este país. Lo que si es novedoso es la reacción de sus jefes que enfadados por ser puestos en evidencia la buscan las vueltas utilizando un arma decimonónica: el Colegio de Médicos. La paradoja es que la doctora Lalanda tiene un gran compromiso con dicha institución donde participa como miembro de la comisión deontológica de Segovia y ha tenido múltiples papeles a nivel de la Organización Médica Colegial donde se la valora y apoya. En principio los Colegios de Médicos tienen en sus funciones arbitrar en posibles conflictos entre facultativos. En este caso  han dado más peso al enfado de la institución sanitaria que a la libertad de expresión de un caso concreto, que por otra parte no es el único. Pienso que el papel de los Colegios como organización profesional es ser garantes de dicha profesionalidad, y no se está representando dado el deterioro que lleva sufriendo la profesión en las últimas décadas. Se oyen muchas voces que piden la colegiación voluntaria en consecuencia. ¿Para qué mantener una cara institución si no cumple lo encomendado? Casos como el que hoy analizamos vuelven a poner el dedo en la llaga. No soy imparcial, conozco bien a la afectada y no veo error en su toma de decisión y en cómo la hizo pública. A los que no conozco es al resto de miembros de la comisión deontológica segoviana. En mi opinión les han metido un gol que nos perjudica a todos los que en su día hicimos el juramento hipocrático.


https://twitter.com/galenox73/status/822379728547889153


viernes, 20 de enero de 2017

La huida.



Fugue Back
Foto de  Kirtap Novar




Es frecuente querer escapar. Pregunten a cualquiera si le apatecería marchar lejos de vacaciones. Miren sino cómo van las carreteras que salen de la ciudad los fines de semana. Algo nos dice que estamos atrapados y es necesario huir. Una parte animal primitiva y no totalmente anestesiada nos avisa de que no estamos bien. Hemos estabulado nuestros instintos y deseos. En lugar de querer trotar libres por los campos, coger manzanas de lo árboles o perseguir la lozanía de un congénere decidimos meternos en edificios de oficinas, ganarnos un jornal y dedicarlo a pagar la hipoteca o comprarnos un coche. Cualquiera que nos vea en la distancia se dará cuenta de que nos han estafado. Por eso soñamos con huir. Un piloto rojo sigue avisando en nuestros sueños animándonos a irnos lejos, a dejar todo atrás. En ocasiones conseguimos escapadas parciales. Usamos el tiempo reglamentario de vacaciones para hacer un viaje real o para retirarnos al silencio y la belleza de la naturaleza sin caer en las trampas del turismo activo que nos mantiene en la misma tempestad de movimientos con que nos condena inmisericorde la ciudad. Lo habitual es caer en estas trampas que disfrazadas de viaje nos obligan a adoptar la mecánica mercantilista del touroperador de turno, el ritmo aciago del megacrucero o la ciudad de vacaciones que es exactamente igual a la nuestra pero con playa y chiringuitos. 

La verdadera huida, el verdadero escape, no está muy lejos. Consiste en abrir los ojos y mirar con atención de nuevo. Consiste en resituarnos colocando bien los dos pies en el suelo. Consiste en darnos cuenta de quién somos y qué es lo que realmente queremos. Es cierto que no es fácil, rodeados como estamos de tanto ruido, publicidad, anuncios y esa terrible agitación que parece amenazar el universo conocido. Pero también que es potencialmente accesible a todos. No se precisa dinero, ni formación exclusiva ni de llave o tarjeta de crédito. Tan solo de parar y contemplar con plena atención tanto el mundo que nos rodea como a nosotros respirando. Hay mucho poder en tomar conciencia de la respiración. Algo tan sumamente simple es quizá lo más valioso que tenemos. Tape un instante con su mano los orificios de su nariz y sabrá de qué hablo. Recuperar nuestra respiración nos ayudará a recuperar nuestro propio ritmo, nuestro pulso, nuestra calma natural inherente. Todo estaba ya ahí: la paz, la tranquilidad, el equilibro, el sosiego, la armonía y el gozo. Es verdad que tapado por capas de agitación, prisa, tensión, agotamiento y zozobra. Por estratos de cosas por hacer, músicas de fondo y gritos y empujones. Soplar sobre esa pátina de polvo para recuperar la superficie impoluta de nuestra alma nos ayudará a volver a nosotros mismos en lugar de a seguir escapando de nuestro propio hogar. La verdadera salud está por aquí. No hace falta mucho para volver a ella como ven, pero no lo tendrán fácil, muchos querrán venderles cosas innecesarias que no necesitarán comprar si son soberanos de si mismos. Merece la pena perseverar. Somos libres para vivir como reyes de nuestro propio reino o como esclavos en tierras ajenas, elijan bien.