martes, 19 de septiembre de 2017

¿Qué puede hacer un médico ante la desesperanza?








La realidad en las consultas de atención primaria es compleja. En seis minutos se ha de dar respuesta a lo que el paciente plantea, pero en muchos encuentros hace falta mucho más.

No voy a pedir más tiempo ni más recursos.

Tampoco una reforma de la sanidad.


Yo ya no pido nada.



Tan solo me doy cuenta de que el dolor está ahí mismo, el sufrimiento, el horror, la desesperanza...


Y que aunque cambien las caras, la tempestad es la misma para todos.





¿Quién estará ahí cuando seas tú quien navegue esas aguas?



viernes, 15 de septiembre de 2017

El método Konmari, una aproximación al orden y al desorden





Hoy en día es fácil encontrar fanáticos y expertos en casi todo, la última que me he cruzado es Marie Kondo, una señora japonesa que ha diseñado un método categórico para ordenar la casa de cualquiera. Y he de decir que me parece razonable aunque de momento no me haya animado a aplicarlo.

Lo cierto es que siempre me he considerado una persona ordenada. Desde niño he tenido la responsabilidad de mantener mi cuarto y mis cosas recogidas y me era sencillo mantenerlo todo en perfecto estado de revista. Lo que no sospechaba es que hay otro tipo de orden mucho más complejo e invisible, el interno.

Uno puede tener sus cosas en su sitio pero ir por la vida arrastrando pensamientos, emociones o sensaciones enredadas, atribuladas o descontroladas. Es frecuente que nuestras estancias interiores tengan los suelos llenos de preocupaciones, culpas, añoranzas, deseos, sentimientos no procesados o sensaciones molestas. Nadie nos enseñó a limpiar y ordenarnos por dentro. Por eso el método Konmari me ha señalado que quizá también sea posible habitar espacios interiores algo más ordenados y equilibrados si aplicamos sus dos prerrogativas: tirar lo que no necesitemos y poner cada cosa en su sitio.

Solemos acumular cosas materiales porque también acumulamos las no materiales. Nos aferramos a cualquier desplante, contradicción, experiencia desagradable. Guardamos con fruición las culpas, errores, deseos no cumplidos. Nos quedamos atados a esos asuntos que nos preocupan, que llenan armarios y mochilas de cargas que exceden nuestras capacidades. Y también gustamos de combatir emociones intensas de miedo, asco, ira, ansiedad... quedándonos pegados a ellas y evitando que marchen por el desagüe emocional que todos llevamos dentro.

Tanta basura y tantos objetos interiores nos llenan de desazón, desesperanza e infelicidad. Nuestra defensa suele ser tener apagadas las luces de esas habitaciones para que no se vea el desastre. Cuando la necesidad nos obliga a encenderlas nos suele dar un pasmo al ver la escena. No es para menos, hay gente que lleva años sin barrerse por dentro.

El decrecimiento que nuestra sociedad necesita como agua de mayo tal vez deba empezar por tomar consciencia de que lo que nos sobra nos agobia y oprime. Para ordenar una casa es fundamental deshacerse de todo aquello que ya no sea necesario en nuestra vida. Para ordenarnos por dentro también. Solo así podremos despejar el suficiente sitio para que cada objeto tenga su lugar.

La psicología moderna haría bien en aprender de esta muchacha japonesa que sin quererlo está aportando más con sus lecciones que muchos libros de autoayuda y muchas terapias de salón.




miércoles, 13 de septiembre de 2017

El libro "Diario de un médico descalzo" ya está en prensa






Tienen los libros
La magia de las puertas
Que abren vidas.




Tengo sobre la mesa un texto que, si los elementos lo permiten, saldrá a la luz en breve. Comienza ahora su tratamiento editorial con ánimo de sacar punta a un proyecto que tiene la intención de ayudar. No es obra especialmente meritoria, pero me ha permitido saldar una deuda contraída con muchas personas. Todas aquellas que a lo largo de los años me han enseñado, apoyado, animado y acompañado hacia horizontes más amplios y cimas con mayor perspectiva. A ellas lo pienso dedicar, así como a la enorme cantidad de pacientes que he atendido en mi ejercicio como médico de la sanidad pública en las últimas décadas.



Los pies desnudos
Dejan hermosas huellas
Que besa el mar.



El libro comparte una visión,  la de un profesional de la salud descalzo. ¿Por qué es necesario descalzarse? preguntará alguno, y a ese responderé para acercarse y conseguir entrar en la sagrada tierra del sufrimiento humano, no queda más remedio que quitarse todo aquello que distancie o pueda dañar lo que se pisa.



Cuando duele
De mis heridas cruentas
Quita tus botas.



Ha sido una experiencia de total libertad, para la que asumo la completa responsabilidad. Nadie más que un servidor podía haber hecho algo así, no por la calidad de lo escrito sino por su exclusividad. En estas páginas hablo de mí, ofrezco mi punto de vista, doy lo que solo yo puedo dar.



Contar historias
Abriendo el corazón
Nos humaniza.



He de confesar que me he sentido feliz al escribirlo. Disfrutar con lo que se hace es básico para que quien reciba la acción también lo pueda hacer. He tenido tiempo de sobra en mi ejercicio profesional para aprender esta importante lección.



La narrativa
Nos salva de perecer
Solos y fríos.



Rescatar las potencias de creatividad que todos tenemos es liberador y sanador, por eso he recurrido a la poesía, didáctica, narrativa, filosofía, bioética, ciencias médicas, psicología y en general a todo elemento que considero puede ayudar a los demás a lidiar mejor con enfermedad y sufrimiento a la par que nos humanice y haga más plenos. No he podido resistirme a llenar el texto de haikus, que quien me conoce sabe son mi debilidad. Estos breves poemas de tres versos esconden semillas de asombro y belleza que espero puedan florecer en tu conciencia.



Con su canción
¡Qué las flores disfruten!
Quiere el poeta.



No quiero crear un pedestal desde el que un nuevo gurú reparta soluciones para arreglar el mundo; los grandes de la tierra no suelen descalzarse. Tampoco pretendo sentar cátedra con clases magistrales, más bien al contrario quisiera repartir esos apuntes que alguien facilita para ayudar antes del examen. Por eso pienso que puede ser de tu interés. Lo que digo no es fácil que lo hayas visto escrito de esta forma.



Te doy mi vida
Cada vez que acuno
Tu sufrimiento.



El nacimiento de mi hija hace unos meses ha tenido mucho que ver en este asunto. Lo que me está enseñando me anima a vivir con ese nivel de frescura, flexibilidad y sonrisa que solo los bebés conocen. Somos tiernos y vulnerables como ellos, pero que nadie se llame a engaño, esa levedad extrema que comparten esconde una  flamígera tenacidad llamada vida. Atreverse a encarnarla hasta las últimas consecuencias es un bellísimo reto que merece la pena compartir.



Pequeño bebé
Nos recuerdas el nombre
Con tu sonrisa.



Si estás interesado en recibir información sobre este proyecto puedes seguir la etiqueta #MédicoDescalzo en twitter o seguir los artículos sobre el tema que seguiré publicando en este blog.




En media vida
Solo escribió un verso:
¡Qué gran belleza!

domingo, 10 de septiembre de 2017

El arte de convertir el tiempo en palabra

Seguimos llorando
Lo que no aprendemos
A nombrar.

Ignacio González del Rey Rodríguez
Pequeñas muertes.





Hubo una época donde la realidad era la pura naturaleza, una edad sin palabras. Aquel tiempo acabó cuando el ser humano fue tocado por el verbo y comenzó a transformar el bosque en un jardín. El poder de nombrar permitió desarrollar la revolución neolítica a la que siguieron otras muchas. Todas ellas basadas en la capacidad de convertir la existencia en narrativa. 

Hoy son las máquinas las que generan sujeto y predicado. Serán ellas las custodias de la literatura durante los eones suficientes hasta que los próximos testigos aparezcan. Soy de los últimos supervivientes que todavía somos capaces de desgranar una pequeña historia o una simple poesía y puedo decir que es gravoso soportar el peso de una edad que se cierra para que otra comience a abrirse.

A punto de acabar mi travesía compartiré un último mensaje: aprendí que detrás de las palabras hay lo mismo que hubo antes de ellas, un silencio pristísimo del que surge la vida y todo lo demás; las caricias, los abrazos, los amaneceres. Encarnarlo es quizá el sentido de todo viviente, de todo poeta, de todo narrador. En él encontraremos lo que fue y lo que todavía no se manifestó, porque el tiempo y la palabra son, a fin de cuentas, el envés de ese enorme vacío.






viernes, 1 de septiembre de 2017

Música y salud mental




Llevo algún tiempo demorando la lectura de Instrumental, el libro de James Rhodes donde hace un alegato del poder sanador de la música y pone de ejemplo su atormentada biografía de abusos sexuales, problemas de salud mental y mucho sufrimiento. Al final he aprovechado un par de días de tormentas veraniegas para acometerlo y doy las gracias a Javier Galeano que me lo regaló y a Fernando Fabiani que me dio el último empujoncito.

Es un libro muy duro. Aborda el tema del manejo del horror, el máximo sufrimiento. Despliega un atlas de conductas y cursos de acción de todo tipo para sobrevivir ante una crisis vital desproporcionada. Y comparte un mensaje de esperanza: es posible superar la catástrofe.

Desde antiguo conocemos el poder sanador de la música pese a que en la actualidad la ciencia médica la utilice poco. El mercado ha convertido el mundo musical en una serie de productos de consumo. Se visualizan y comercializan envasados a granel para un "público general" ávido y demandante de novedad y sensaciones. La música clásica de calidad se ha dejado de mostrar a la juventud, reservándose a los más mayores. Cuando llevo a mis hijos a un concierto es excepcional encontrar otros niños en un ambiente mayoritariamente jubilado. La calidad hace tiempo dejó de ser tan importante como la cantidad y el beneficio económico. Las músicas que predominan hoy son la misma sopa enlatada que se consume globalmente.

Todos sabemos que la música tiene el poder de tocarnos el alma, de provocar emociones, de inspirarnos, tranquilizarnos, animarnos, socializarnos, divertirnos y alegrarnos. Por eso la incluimos en nuestra semana, habitualmente en segundo plano, como música de fondo mientras nos desplazamos, trabajamos, hacemos labores del hogar, leemos o nos aseamos. Solemos desaprovechar de este modo la fuerza que esconde la armonía al convertirla en ruido de fondo. Escuchamos música pero no la oímos, no la prestamos suficiente atención. De esta forma no puede cumplir su función sanadora.

Muchos se engañan si piensan que la música de calidad es un producto de élite. He escuchado a músicos magníficos en estaciones del metro, parques o bares. He presenciado conciertos estupendos por menos de lo que vale una entrada de cine con palomitas.

Cuando escribo información para pacientes me gusta prescribir música de forma directa o indirecta. En consulta lo suelo verbalizar como ayuda en situaciones de sufrimiento o malestar emocional. Pero sobre todo me lo aplico a mi mismo, permitiendo que en mi dieta de contenidos haya la suficiente cantidad y calidad de este ingrediente tan importante para todos. Soy el primero que se da cuenta de que si no estoy afinado pobre será mi papel en la orquesta humana que me ha tocado en suerte.

El libro de Rodhes no es para todos los públicos y no lo recomiendo a personas que atraviesen crisis vitales, padezcan enfermedades mentales o sencillamente sean muy sensibles. En estos casos mejor oigan su música o vean alguno de sus vídeos. Lo que sí valoro encarecidamente es el ejemplo de todos aquellos que, tras alcanzar el fondo de algún pozo de sufrimiento, deciden salir del mismo apostando por la creatividad, la mejora personal, el servicio a los demás y poniendo el foco en aquello que nos dé sentido. 

A veces para descubrir qué es lo más importante debemos enfrentar grandes pérdidas o pruebas. Si conseguimos superarlas seguiremos caminando con una nueva visión de las cosas. Me uno a todos aquellos que, de esta forma, apuestan por la vida. Y te deseo que también a ti la música te acompañe.


jueves, 31 de agosto de 2017

Confusión

 

¿Quién nos solucionará la confusión de vida? 
¿Quién el peso de esta levedad nuestra que nos pierde?
Buscas la respuesta en este libro, aquel curso o en nuevo maestro,
Te apuntas al enésimo taller, a una nueva teoría, a otra terapia,
Pero no consigues calmar esa Ausencia que lleva siglos quemando
El alma vieja de una humanidad errante que sigue tan perdida
En los mismos laberintos de sinrazón y olvido
Como cuando consumió el derecho de habitar en Edén.

No serán las pastillas quienes te liberen del agobio,
Tampoco el prestigioso especialista con sus técnicas.
Lo que persigues no se puede comprar, ni poseer, ni siquiera entender
Se dejará encontrar si lo desea pero poco podrás hacer
Más allá de buscar e intentar acercarte una y otra vez.

Fracasaron sabios, poetas y galenos, sacerdotes, filósofos, anacoretas,
No fueron capaces de contar lo incontable, de traducir aquello que alcanzaron a ver
Y el resto seguía ciego, a la intemperie, caravanas abandonadas de sí mismas,
Civilizaciones que se tragó el desierto, mundos totalmente olvidados.

Si sientes el clamor de la desesperanza, la llama de tensión
Que te obliga a buscar otra fuente
Recuerda que la Vida brota en manantiales escondidos 
Debajo de las capas de apariencia con las que te vestiste
Si eres capaz de entrar en el jardín, las mismas plantas te guiarán 
Hacia el lugar más fresco, allí la encontrarás
Y saciará tu sed, aclarará tu confusión, te hará entender.




lunes, 21 de agosto de 2017

La enfermedad como oportunidad




Cuando notamos cualquier síntoma o signo de enfermedad solemos desear que desaparezca lo antes posible. Casi de forma automática nos automedicamos o acudimos al servicio sanitario más accesible que tengamos. Exponemos nuestro problema y de forma implícita o explícita pedimos algún remedio rápido para solucionarlo cuanto antes.

En la mayoría de los casos la propia capacidad corporal conseguirá volver al equilibrio perdido en pocos días, aportando poco valor los medicamentos o remedios. Si el problema de salud tiene cierta gravedad sí será necesario ayudar con tratamientos y medidas externas.

Suelen ser más difíciles de sobrellevar los procesos de enfermedad largos o crónicos. En estos casos es habitual mantener una relación continuada con los profesionales sanitarios y seguir regímenes terapéuticos prolongados con mayor o menor eficacia. Es habitual enfrentarse a sentimientos de desesperanza, miedo, ira, cansancio, tristeza... también lo es sentirse solo, minusvalorado y discapacitado.

Llama la atención que en estas situaciones no deseadas no se ayude a la persona en tiempo de enfermar a adaptarse mejor al mismo. De hecho es excepcional preguntarle cómo lo está llevando o señalar y aconsejar algún aspecto de higiene psicológica o autocuidado personal. En mi experiencia he constatado que a mayor grado de resistencia frente a la enfermedad, mayor sufrimiento. Este aspecto tampoco se suele explorar durante la relación clínica, las enfermeras o los médicos no solemos interesarnos en cómo se lleva el paciente con su malestar pese a que sea evidente en el lenguaje verbal o no verbal del mismo.

Otro aspecto que también suele pasar desapercibido es el sentido que la  enfermedad, el dolor y el sufrimiento puedan tener para el paciente. Lo habitual es que no tenga ninguno, incluso que no se haya planteado esta cuestión. En mi opinión creo que podría aportar valor favorecer que la persona en tiempo de enfermar se formule sus propias preguntas sobre el qué, el por qué y el para qué de su proceso. Animar a que se atreva a contemplar la luz y la sombra de este tiempo y trate de encontrar los elementos que le indiquen cuáles son sus valores, deseos y necesidades. De todo ello podrá destilar un sentido vital que le ayude a avanzar hacia el horizonte elegido. De lo que no cabe duda es que la enfermedad suele simplificar las cosas y dejarnos claro la diferencia entre lo principal y lo accesorio.

Las enfermedades se tipifican y describen en nuestra sociedad según sus aspectos biológicos, psicológicos y sociales. Por esa razón el sistema sanitario no suele ofrecer cursos de acción que incluyan la dimensión existencial, ética y transcendente de la persona. Las oportunidades, enseñanzas, luces y sentido que pudiera contener la enfermedad se esconden precisamente ahí. Dado el enorme coste personal que tiene caer enfermos pareciera inteligente rescatar las potenciales pepitas de oro que pudiera esconder. Si no se buscan se perderán irremisiblemente y habremos dejado de aprender alguna valiosa lección. Y cuando no pasamos un examen, la vida es pertinaz.






miércoles, 16 de agosto de 2017

Medicina artificial




La automatización de procesos y la generación de algoritmos de inteligencia artificial permitirán crear módulos de comunicación médica personal accesibles en cualquier terminal móvil. Los programas recabarán nuestros datos biométricos, antecedentes sanitarios, características personales y los cruzaran con sus ingentes bases de datos dándonos respuesta a nuestras dudas de salud. Podrán diferenciar síntomas de enfermedad de señales corporales normales y en los casos dudosos ofrecer las mejores posibilidades de diagnóstico o consulta. Habrá módulos automatizados de segundo nivel capaces de solicitar pruebas diagnósticas elementales y prescribir tratamientos sencillos, cuando estos no puedan dar respuesta derivarán a un consultor humano por teleconsulta o presencial. Este consultor de primer nivel podrá a su vez derivar al paciente a niveles superiores de lo que será una organización hipercompleja. 

Las interacciones humanas se reducirán al máximo reservándose a manejo de casos complejos, graves o de pronóstico reservado. Los procesos comunes (el 90% de los casos) serán manejados por algoritmos y teleconsulta, dejando solo la interacción humana a los casos urgentes o que precisen tratamientos operativos como curas, vendajes o cirugía menor. 

Quien desee atención personal para cualquier cuestión tendrá que pagar una elevada cantidad.

El proceso de industrialización sanitaria seguirá su curso, incorporando robotización, automatización y mecanización de todos los flujos de acción posibles. Antes de acudir a cualquier consulta médica será preciso navegar por árboles de decisión que algoritmos cada vez más potentes irán desplegando de forma personalizada ante cada cuestión de salud que aparezca. 

Es cierto que todavía nadie ha sido capaz de pintar el cuadro completo de este escenario de futuro y que quedan importantes incógnitas por resolver. ¿Qué credibilidad tendrán las máquinas ante el agobio de sentirse enfermo? ¿Confiaremos en bots, robots y algoritmos tal y como lo hacemos en los profesionales sanitarios? ¿Seremos capaces de interactuar bien con la tecnología o se desencuadernará una epidemia de malestar y enfermedad ante cualquier señal corporal? ¿Seguirán aumentando el sobrediagnóstico y sobretratamiento que sufrimos actualmente?

Lo que sí sabemos es que el escenario actual se va a transformar rápidamente. Las enormes inversiones en investigación y desarrollo impulsarán cambios graduales que iremos ensayando en los próximos años. Los sistemas sanitarios son una de las estructuras sociales más complejas que existen, con organigramas de recursos humanos ingentes, altos niveles tecnológicos y gran gasto de recursos. Pese a su enorme inercia cambiarán, y nosotros lo veremos.